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Aquella noche decidimos acampar en el rectorado de la universidad como parte de la protesta del movimiento estudiantil. Nos reunimos, decididos a hacer valer nuestras demandas, pero lo que comenzó como una manifestación pacífica pronto se convirtió en caos. Algunos estudiantes, en un acto de rebeldía, decidieron desplazar al personal de seguridad y tomar el control de la puerta de acceso al edificio. Dos chicos se situaron como guardianes, decidiendo quién podía entrar y salir. Sin embargo, lo que parecía una medida para protegernos, se convirtió en una pesadilla.

Aquella noche, dentro del rectorado, se desató una serie de engaños y acosos sexuales impresionantes. Recuerdo vívidamente cómo, durante la noche, llegaron chicas que no eran estudiantes de nuestra universidad, así como chicos de fuera que querían unirse a la “movida”. El ambiente se tornó en una especie de “ciudad sin ley”, y pronto se convirtió en una pesadilla. Entre colchonetas y sacos de dormir, la protesta se convirtió en una excusa para aquellos que quisieron aprovecharse de la situación. Muchas de nosotras recordamos esa noche como un “sálvese quien pueda”.

Desde hace muchos años, el movimiento #MeToo en la universidad ha estado luchando por defender a las víctimas de acoso sexual en nuestro contexto universitario, incluyendo a quienes lo sufren entre iguales en situaciones como esta. Fue una noche que no olvidaremos fácilmente, y que nos recordó la importancia de seguir luchando por un espacio universitario seguro para todas y todos.

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