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Es fundamental abordar las prácticas perjudiciales dentro del profesorado universitario que desvirtúan el ambiente educativo y socavan la confianza del alumnado en el sistema. Con preocupación, observamos comportamientos de profesorado que usa el tiempo de su sueldo financiado por la ciudadanía para que trabaje con calidad científica y ética en criticar sembrando dudas y esparciendo rumores entre el alumnado sobre colegas que sí cumplen con su deber. Estas acciones no solo son desalentadoras, sino que además socavan la integridad de quienes se atreven a enfrentar el acoso en nuestras universidades.

Es inaceptable que se utilice la posición de autoridad para denigrar a otros profesionales, minando así la calidad de la educación y creando un ambiente tóxico en el aula. Cuando el profesorado se enfoca más en desacreditar a sus colegas que en fomentar un entorno de aprendizaje positivo, el alumnado es quien sufre las consecuencias más directas.

Esta instrumentalización de la crítica y la difusión de rumores afecta gravemente el desarrollo académico y emocional del alumnado. Se ven obligados y obligadas a lidiar con tensiones innecesarias y a enfrentarse a un clima de desconfianza y hostilidad. Además, este comportamiento puede inhibir su capacidad para expresarse libremente y buscar ayuda en situaciones de acoso o injusticia.

Es imperativo que la comunidad universitaria, incluyendo a la dirección de las instituciones y al propio alumnado, tome medidas para abordar estas prácticas dañinas. Se debe promover un ambiente de respeto mutuo, apoyo y colaboración entre el profesorado y erradicar cualquier forma de acoso, violencia de género aisladora o discriminación.

Al denunciar y enfrentar estas prácticas, no solo protegemos la integridad de quienes están siendo injustamente atacadas y atacados, sino que también defendemos el derecho del alumnado a recibir una educación de calidad en un entorno seguro y enriquecedor.

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