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Tener una población con muchas personas centenarias es símbolo de país avanzado, constituye un galardón envidiable. Hace un par de décadas, en televisión aparecía de cuando en cuando una mujer que justo cumplía cien años aquel mismo día. Entrevista y ramo de flores para celebrar el extraordinario acontecimiento. Nunca se trataba de hombres, antes como ahora con menor esperanza de vida.

Actualmente, la vejez centenaria ha dejado de ser una rareza. Según el INE, en España viven 19.639 personas que han sobrepasado los cien años, siendo la catalana Maria Branyas, con 116, la más vieja del mundo. Un honor para el país. ¿Lo es también para quienes suman tantos años?

Algunos estudios certifican que sí gozan de relativa salud aún sienten pasión por vivir. Son personas que han tenido experiencias buenas y malas, que han superado adversidades, a las cuales el paso de los años ha fortalecido. Sin embargo, ¿lo suficiente para soportar la incesante pérdida de los parientes y las amistades menos longevas que les han precedido de camino a la finitud? 

En las esquelas que aparecen en los periódicos es posible que nos estremezca comprobar que la difunta o difunto centenarios han perdido a hijas o hijos, incluso nietas o nietos. Un dolor que despoja la vejez centenaria de toda visión idílica, que quizás no la haga deseable para quienes todavía habitan en este mundo.   

 

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