El satírico escritor inglés ha sido objeto de más de una semblanza, en vida y tras su defunción. En 2002, once años antes de fallecer, Llàtzer Moix publicó Wilt soy yo. Conversaciones con Tom Sharpe, haciendo referencia en el título al personaje novelístico que le catapultó a la fama. Ya en 1993 había sido objeto de una tesis doctoral, la de Dominique Vinet, Tom Sharpe: Humour et société. Otros prosistas se han interesado en su figura, hasta llegar a la reciente biografía de la mano de Miquel Martín titulada, “Fragments d’inexistència“. Al parecer, fue el propio Tom Sharpe quien sugirió esta denominación para un futuro relato basado en gran parte en una autobiografía que nunca llegó a cuajar.
El autor de cinco novelas protagonizadas por el extravagante Wilt y otras once, todas tan mordaces como inteligentes, pasó los diecisiete últimos años de su vida en Llafranc, una pequeña localidad de la Costa Brava de la que se enamoró. Al fenecer, sus cenizas serían distribuidas entre Cataluña e Inglaterra, Cambrige, donde había residido y en cuya universidad había enseñado.
En sus libros, Tom Sharpe censura el racismo, el esnobismo, las injusticias sociales en general y el apartheid sudafricano en particular, del cual fue testigo, víctima de encarcelación y objeto de deportación. En la mencionada biografía no solo queda retratada su azarosa vida sino que el libro aporta muchas de sus reflexiones. De sus páginas extraigo tres apuntes:
Sharpe propugnaba que la pena capital afuera abolida en todas partes, ya que, según dejó escrito, “seguro que han colgado a mucha gente inocente por crímenes que no han cometido”.
Alcanzada la ochentena, no podía evitar el pensar en la muerte, expresando en una ocasión que no estaba preocupado por dejar esta tierra dado que, “el mundo es un lugar horrible, con demasiada gente matándose los unos a los otros”. ¿Quién podría justo ahora enmendarlo?
Por otro lado, lúcidamente, reconoció, “me resulta muy difícil aceptar el declive de mis facultades físicas y mentales. La vejez significa la pérdida de poder y eso es lo peor que me puede pasar”. Perder el control de la propia vida, no poder decidir, o caminar, o escribir.
Tom Sharpe tuvo una existencia agitada que transcurrió principalmente en Inglaterra, Sudáfrica y Catalunya. Tres lugares tan distantes y tan diferentes entre sí y a los que amó por igual con todas sus disparidades. Murió hace diez años, y su obra, traducida a casi todas las lenguas, sigue en pie.
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