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Hasta hace poco más de sesenta años, en la mente de niñas y niños habitaba la imagen de una cigüeña volando con una bolsa de tela en el pico la cual contenía un bebé. Ella los había traído al mundo, no aquel vientre abultado de algunas mujeres, no eran fruto de un acto natural normalmente consecuencia del amor.

El progreso abolió el engaño y las criaturas pasaron a conocer desde un principio la verdad y con absoluta naturalidad. El mundo era bello así, sin ficciones distorsionadoras. Mas hete aquí que internet hizo su aparición, y acto seguido lo hicieron los teléfonos móviles, y poco después estos ya se hallan en todas las manos, infantiles incluidas. Y en ausencia de todo control, la chiquillería tiene al alcance toda clase de contenidos, entre ellos los pornográficos, destinados en principio a los adultos.

Ha sucedido que, libres ya del mito que enmascaraba la verdad, una parte de las criaturas ha caído luego en un abismo espantoso. Infancia anulada y pervertida, ojos y mente víctimas de acciones obscenas, violentas y machistas. Son los niños en especial los que absorben semejantes enseñanzas, los que sufren una grave perturbación en su conducta.

Gran cantidad de expertos relacionan la pornografía con las agresiones sexuales contra niñas practicadas por menores de edad, llegando incluso a las violaciones. No obstante, los gobiernos permanecen impasibles, no establecen limitaciones al acceso de menores a la pornografía. Con tantas herramientas al alcance para lograrlo, con tanta inteligencia artificial en el candelero, permiten que el negocio de la pornografía continúe pervirtiendo la infancia. 

Es hora de poner coto a tamaña depravación, y si las autoridades no lo hacen hay que pedir responsabilidades, como coautoras por negligencia de tantos actos sexualmente violentos cometidos por menores de edad.

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