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Los feroces ataques que pretendieron silenciar al único grupo de investigación que se posicionó contra la violencia de género en la universidad no se basaron únicamente en el ámbito de la academia, como ya se han explicado en anteriores artículos de la serie omertá. Sobrepasaron todo límite ético llegando a lo más profundo de las vidas personales de quienes formaban parte de él y se habían posicionado radicalmente.

Ataques sobre la crianza de las hijas e hijos, sobre las viviendas, el modo de vivir, las amistades, llegando a la difusión de calumnias sobre la vida afectiva y sexual de las investigadoras e investigadores. Desde la propia academia y con la complicidad de algunos medios de comunicación lanzaron una feroz campaña con detalles inventados de todo tipo sobre las vidas íntimas y personales. Algo que se aleja enormemente del feminismo y de los logros de años de lucha de las mujeres defendiendo su libertad de vivir y relacionarse con quien ellas deciden, el lobby de acosadores entró en lo más hondo y morboso difundiendo rumores que impactaron directamente en las vidas de quienes se habían posicionado, así como de su entorno más próximo de amistades y familiares. Los ataques conllevaron que las víctimas de violencia de género en la universidad y de violencia de género aisladora se vieran forzadas a dar explicaciones y justificarse sobre las personas con quienes se relacionaban afectivo y sexualmente.

La ferocidad de estos ataques se proyectó en un momento en el que el lobby de acosadores veía peligrar su poder en la academia y pretendía así silenciar a las únicas personas que se atrevían a denunciar sus atrocidades. 

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