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En estos momentos en que la guerra en Ucrania se hace tan presente desde nuestro etnocentrismo, nuestro egoísmo de preocuparnos mucho más una lucha armada cercana que tantas y tantas lejanas, merece la pena recordar lo que dejó escrito en el siglo XIX el militar e historiador prusiano Carl von Clausewitz. En su obra póstuma, De la guerra, afirmó que «la guerra es una mera continuación de la política por otros medios.»  

Sí, la política es diálogo, la guerra es violencia. Y cuando estalla la violencia bélica, el colectivo subordinado, la masa, la inmensa mayoría de los habitantes del mundo recibimos las consecuencias. Unas consecuencias, unos efectos que resultan terribles para los países directamente implicados, para su población. La guerra en Ucrania ya dura más de 500 días, y no se oye hablar de conversaciones de paz, solo se habla de armamento. Enviar armas y más armas, incluso las prohibidas por la ONU como son las bombas de racimo. 

Parece que ni Zelenski ni Putin están interesados en la paz, menos aún los países de la OTAN fabricantes y proveedores de armamento. Ucrania pagará muy cara esta guerra, en vidas humanas, en destrucción y en abono de deudas. Sin embargo, cuando algunas voces, como la del presidente del Brasil, Lula da Silva, abogan por el diálogo son silenciadas, como mínimo, si no tachadas de oponerse a la causa occidental. 

¿Hacia dónde va este mundo descerebrado? La pregunta final se reduce a, ¿quién ganará la guerra, los soldados armados y muertos rusos o los soldados armados y muertos ucranianos? Sea como sea, de nada les servirá, ni a ellos ni a sus parientes. ¿Algún día se impondrá, contra los mandamases, una objeción de conciencia mundial, con las mujeres en cabeza?

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