Actualmente, el analfabetismo no hace referencia únicamente al desconocimiento básico de la lectura y la escritura, sino también al estado en el que una persona ha adquirido la capacidad de leer, pero decide no hacerlo. En la adolescencia suele utilizarse el término “analfabetismo” de manera engañosa, aludiendo a que este colectivo sí lee y escribe todos los días cuando participa en redes sociales, envía mensajes de texto, lee horarios de autobuses, etc. Sin embargo, cada vez contamos con más evidencias que revelan que este tipo de “alfabetizaciones” recreativas y funcionales no ponen en marcha procesos cognitivos complejos que están implicados en la lectura de libros, sobre todo cuando se trata de la lectura de obras consideradas universales por su calidad literaria y humanística. Además, gran parte de la investigación sugiere que las amistades y el entorno que nos rodea nos socializa e influencia también en las elecciones de las lecturas y en leer más, menos o ningún libro de calidad.
La investigación Peer group and friend influences on the social acceptability of adolescent book reading, publicada en la revista científica ‘Journal of Adolescent & Adult Literacy’, explora las actitudes hacia la lectura de libros en la adolescencia y el impacto de las amistades y los grupos de iguales en la aceptación social percibida de esta práctica cultural. Este estudio se realizó a través de una encuesta a más de 500 adolescentes de edades comprendidas entre los 13 y los 16 años. Los resultados demostraron que leer libros en la adolescencia no está tan “fuera de onda”, ya que la mayoría lo consideraba positivo y valorado socialmente. Sin embargo, quienes se mostraban de acuerdo con la afirmación “No mola leer libros”, eran menos propensos o propensas a disfrutar de la lectura en su tiempo libre. En este sentido, se evidencia la influencia de las amistades y los grupos de iguales en las actitudes hacia la lectura en la adolescencia, por lo que algunas implicaciones para el profesorado se sitúan en la necesidad de aumentar el capital social de los buenos libros en las aulas haciendo de estas espacios para dialogar sobre ellos, formando comunidades de lectura, añadiendo el componente interactivo e incentivando el apoyo entre compañeros y compañeras.
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