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Hemos recibido al DF Diario Feminista este relato de una música que consideramos muy feminista y transformador, y por ello, y con su permiso, hemos decidido publicarlo.

Recién llegada sola a otro país donde no había estado nunca, me propone una colega desayunar con el destacado violinista B sabiendo que tengo el título de conservatorio de violín. La noche anterior, el violinista me habla de desayunar sólo con él y digo que de acuerdo. Luego me dice que también iremos a devolver la llave del piso que le ha dejado el músico L.

Gracias a los artículos de DF y los artículos científicos que citan, detecto en seguida dos acciones que van contra el consentimiento: la primera es transformar un desayuno con una colega que conozco y un músico que no conozco en hacerlo sólo con este último, la segunda es incluir como si fuera parte de ese desayuno ir a devolver la llave de un piso. Digo que de acuerdo en desayunar y no caigo en la trampa de preguntar sitio y hora como si estuviera necesitada de conocer a un músico famoso que pudiera ayudar a promocionarme. Él utiliza la típica táctica de no decirme día y hora, creyendo que así estaré en tensión y cederé.

Ante este tipo de situaciones, el discurso coercitivo que dominaba completamente en mi escuela primaria e instituto progres hacía que tus iguales llamaran a esas actitudes acosadoras libertad sexual y a los chicos así “tíos buenos”, malotes pero divertidos. Incluso los chicos y las chicas te machacaban si no te gustaba ni ese juego ni esos chicos, diciéndote que parecías de un colegio de monjas, que no sabías divertirte e incluso que te saldrán telarañas. Llamaban libertad sexual a someterse a los acosos en lugar de decidir libremente tus relaciones.

Gracias a DF, ya sabía lo que iba a pasar y cómo yo iba a actuar. Como esperaba, a primera hora de la mañana siguiente, me dice que en media hora vendrá L al piso para que le devuelva la llave, tras lo cual habrá el desayuno. Digo que me uniré cuando estén en la cafetería. Minutos después, me llama L preguntando si sé algo de B, con lo cual confirmo cosas que ya sabía. La primera, que no era cierto lo que me dijo B de que había quedado con L. La segunda es que todo lo que hacía B era para intentar tenerme dentro del piso. La tercera es que B era lo que la investigación científica denomina masculinidad tradicional dominante (MTD), mientras que L, menos famoso, era masculinidad tradicional oprimida (MTO), en otras palabras, quien se dejaba coaccionar para ayudar a B en sus acosos.

Teniendo muy claro que en ningún caso subiré al piso, decido que, si crean la situación en la que los dos están arriba y me dicen de subir a buscarlos, contestar que los espero en la cafetería y, si insisten, contestar que ya veo de qué va y adiós. Para ser más proactiva, llamo a L y le propongo esperar los dos a B en la cafetería. B llega frustrado, pero dispuesto a usar su último cartucho sabiendo que L se someterá a dispararlo él. Cuando terminamos de desayunar, ambos me dicen que vayamos al piso a recoger las cosas de B y acompañarlo a la estación. Digo que no, que ya me voy. L me agarra fuerte por los dos brazos y me dice que sí, que vaya con ellos. Me suelto y les digo adiós.

No sé qué decidiréis hacer las lectoras y lectores de este artículo, pero desde luego yo voy a difundir todo lo que pueda y en todas partes el Diario Feminista y los artículos científicos que citan para lograr que el máximo número de niñas sepan cómo evitar los acosos que hemos sufrido muchísimas niñas y adolescentes.

Una violinista.

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Secciones: Culturas subportada

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