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El enorme problema de salud pública que supone la violencia de género en la infancia no siempre se corresponde con un tratamiento y una intervención en las escuelas a la altura de la importancia de la cuestión, a pesar de que las escuelas pueden ser y son emplazamientos ideales para una intervención preventiva.

Recientemente se ha publicado en la revista ‘Healthcare’ el trabajo Early educational interventions to prevent Gender-Based Violence: A systematic review, que lleva a cabo la revisión sistemática de varias intervenciones que han demostrado tener impacto positivo en la prevención de la violencia de género con niños y niñas desde las edades tempranas a los 12 años. Concretamente se analizan en profundidad trece artículos con la finalidad de identificar los factores de éxito de esas intervenciones. 

Llama la atención el rigor con el que se lleva a cabo la revisión del corpus bibliográfico elegido, usando métodos y recursos validados como la declaración PRISMA o la lista de control del instituto Joanna Briggs y diseñando un proceso metodológico detallado y preciso con el fin de identificar con la mayor claridad posible qué es lo que ha hecho que estas intervenciones obtuvieran resultados positivos. 

Los factores de éxito que las autoras del trabajo señalan como más relevantes son, en primer lugar, el hecho de que las intervenciones estaban integradas en el currículum de la escuela, de tal manera que se encontraban contextualizadas en la vida diaria del alumnado y no se limitaban a acciones esporádicas, sino que promovían también el aprendizaje académico activo. De hecho, este factor aparece en 12 de las 13 intervenciones analizadas.

Por otra parte, las intervenciones con impactos positivos han promovido la participación del alumnado y de la comunidad educativa como co-creadores de la intervención y del conocimiento adquirido a través de ella. Al menos en 8 de los trece trabajos aparecen los diálogos y las voces del alumnado y de la comunidad como relevantes para los resultados obtenidos.

En relación con la co-creación, hay otro factor de éxito importante, es la creación de un entorno seguro en la escuela y de espacios de diálogo donde se fomenten relaciones sociales de apoyo que sean capaces de neutralizar las posibles reacciones o sentimientos de vergüenza al compartir el relato o la denuncia situaciones traumáticas o violentas en los diálogos. Tanto es así, que la implicación de la comunidad educativa, de agentes relevantes en el contexto que fortalezcan esos entornos de apoyo, se señala en varias de las investigaciones como otro factor de importancia para el logro de los resultados y el impacto deseados.

Las autoras señalan también como clave en el éxito de estas intervenciones el hecho de que todas ellas están basadas en la evidencia científica. Efectivamente, todos los trabajos analizados se basaban en modelos teóricos sólidos y se habían llevado a cabo con estrategias que ya habían demostrado su eficacia previamente. 

Y finalmente, hay que destacar que varios de los autores de los trabajos estudiados indican que en sus intervenciones han hecho ajustes relevantes para un grupo específico o un contexto determinado, teniendo en cuenta la audiencia a la que se dirigen o el contexto de la investigación. 

Los resultados obtenidos demuestran que estos programas han tenido un impacto positivo en la mejora de la conciencia sobre la violencia de género y la superación de estereotipos, pero también han mejorado las relaciones en el aula y han reducido las conductas violentas, además de fortalecer a las personas más vulnerables. Este trabajo ofrece, además de mucha ilusión y mucha esperanza para nuestros niños y niñas, algunas ideas y pistas muy valiosas para intervenciones educativas y para el diseño de políticas públicas que promuevan la prevención de la violencia de género desde las edades más tempranas, para lograr mayor equidad y la erradicación de la violencia de género.

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