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La lógica exige dar prioridad a la prevención en lugar de limitarse a la extinción. Axioma indiscutible cuando un clima caluroso cada vez más acentuado hace de los incendios forestales en verano una temible realidad. 

Cuando el fuego afecta a centenares, incluso miles de hectáreas, los efectivos materiales y humanos desplegados resultan muy costosos. La extinción no es tarea fácil, los bomberos corren peligro, la amenaza en zonas urbanas espeluzna en cuanto a bienes y, más importante, en cuanto a vidas humanas. La prevención siempre sería más barata y efectiva. Una reflexión siempre presente sin que se perciban medidas pertinentes a lo largo del año, y en época invernal especialmente.

¿Se desbrozan los bosques, se trazan cortafuegos? No a ojos vista. ¿Se tiene en cuenta el tipo de vegetación que rodea las casas, en particular en las urbanizaciones colmadas de chalets? No es lo mismo estar rodeado de árboles resinosos, como por ejemplo los pinos, que de fresnos o chopos. 

Es de temer que transcurrirá otro invierno de inacción, que llegará el verano y con él los lamentos por áreas quemadas, viviendas perdidas, vidas comprometidas. No se habrá trabajado para asegurar la supervivencia material, y con ella, la humana. Muchos esfuerzos y dinero habrá que invertir cada verano debido a la ausencia de prevención. Y así en adelante hasta que surja una mente que lo tenga claro y que además ostente poder.

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