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Los hay de residentes y de esporádicos. Entre los primeros están los dragones, estos pequeños reptiles a los que se descubre de súbito pegados a la pared y se escabullen como relámpagos para esconderse en una grieta inverosímil. ¿Hasta tal punto pueden aplastarse? Apenas se dejan ver, y son beneficiosos porque pueden comer insectos y gusanos nocivos. Otras especies residentes son las hormigas, simpáticas a ojos de algunas personas, otras mirándolas con los ojos de Charles Darwin, quien atestigua que trasladan sus propios huevos y los de pulgones en nidos que rápidamente hacen eclosión, y así mantienen la plaga en las plantas. Odiosas.

Entre los visitantes esporádicos más comunes se hallan los moscardones, negros o amarillos, más frecuentes los primeros y más zumbones. Revolotean incansables entre las ramas de la polygala preferentemente, más espectaculares que las también presentes abejas, tan beneficiosos como ellas para la polinización. 

Y de cuando en cuando, una mariposa grande, bella y espectacular. Ya apenas se las ve en las ciudades. Ni en parques o jardines, ni en terrazas o balcones. Los insecticidas industriales envenenan hojas y flores y estas, involuntariamente, envenenan las mariposas cuando se posan sobre el néctar para libarlo. Tampoco las abejas o moscardones se libran de ello, pero al parecer son algo más resistentes, aunque sabido es que se hallan en peligro de extinción. 

Otros forasteros son los mirlos, solos o en pareja, negro él, castaña ella. Rebuscan en la tierra de las macetas y ponen el suelo pedido, pero aportan vida. Unos y otros, animales residentes o esporádicos, humanizan la urbe, este duro monstruo de cemento.

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