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Pese a la importancia de su industria petrolera, la segunda en Europa después de Rusia, Noruega da pasos decisivos hacia la energía limpia. Un compromiso con el medio ambiente que resulta ejemplar, contando con la aquiescencia de prácticamente toda la población. Sus 5,4 millones de habitantes están dispuestos a sustituir la explotación del petróleo por las energías hidráulica y eólica, a impulsar el transporte eléctrico, a caminar hacia el final de los combustibles fósiles. 

Es una buena noticia que un país demuestre que se toma en serio la crisis climática, algo que, por desgracia, no es corriente. Muchas son las exclamaciones de boquilla y pocas las actuaciones veraces. El egoísmo de los tarugos continúa gobernando gran parte de nuestro planeta. Son burdos e interesados ciegos ante las temperaturas extremas, ante el severo deshielo en los polos, ante los fenómenos meteorológicos desmedidos en forma de huracanes y demás. 

Se trata de algo tan común, tan lamentable, que la opción inteligente de Noruega aporta una brizna de esperanza. La de que otros países vayan tomando conciencia por pura lógica, vayan desechando el lastre de los negocios contaminantes, se vayan, a fin de cuentas, asesando. Así será si acaso el mundo entero desea seguir con vida.

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