En este mes de junio se han cumplido 60 años de la ejecución de Adolf Eichmann en Israel, y 59 años de la publicación del libro de Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal. La filósofa, politóloga y escritora ha sido a la vez aplaudida y cuestionada por su teoría de que el capitoste nazi se había limitado a actuar bajo las órdenes de sus superiores.
Dejando de lado que incluso en la obediencia se es consciente de obrar bien o mal, los datos históricos demuestran que Eichmann, lejos de ser un simple mandado, fue uno de los promotores del exterminio de los judíos. En la Conferencia de Wannsee, celebrada cerca de Berlín en 1942, Eichmann diseñó junto con Göring, Himmler y Heydrich los métodos para la aniquilación del pueblo judío.
Imposible que Arendt no conociera semejante dato, inexplicable que, tras su asistencia al juicio del criminal nazi como periodista del New Yorker, banalizara su culpa. Una triste mancha en su pensamiento y en su bibliografía.
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