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Menudos aspavientos generales por la bofetada que Will Smith propinó a un tipo que se burló de la enfermedad de su mujer. El contexto es el siguiente: Jada Pinkett Smith padece alopecia, una afección que si atañe a los hombres no despierta extrañeza, mientras que cuesta reconocerla en las mujeres, una discriminación entre otras muchas. Continuemos. Resulta que, en la gala de los Oscar, el cómico Chris Rock osó mofarse de la calvicie de Pinkett ante los presentes y ante millones de espectadores virtuales. El lance presenta varias aristas.

¿Es correcto que el humor se base en zaherir públicamente a una persona? La lógica y la respetabilidad contestan que no. ¿Puede sorprender que Smith reaccionara con violencia y le atizara un tortazo a Rock? No en una sociedad en la que en un montón de películas se exaltan las peleas para la solución de conflictos, eso cuando no los tiros, en los westerns. La acción de Smith está profusamente presente y celebrada en la industria del cine.

Una tercera arista concierne a preguntarse si la defensa masculina de una mujer ha de tacharse de machismo. Defender a la persona injuriada, sea cual sea su sexo, dignifica a quien ejerce la defensa. El proceder de Smith no es el recomendable, pero su propósito era digno. De haber ocurrido al revés, si el afrentado hubiera sido él, cabe imaginar que también su mujer habría querido respaldarlo. No a golpes, por supuesto, sino de viva voz. Porque en esto también las mujeres somos más sensatas.

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