La prestigiosa revista científica ‘Nature’ publicaba como una ‘Neuroscience Review’ el artículo Neuroscience and education: myths and messages, en el que se lleva a cabo una recopilación de los neuro-edu-mitos más recurrentes en educación, aportando tanto el por qué se puede caer en el error de creerlos y diseminarlos como también las evidencias científicas que los refutan. Para ello, el autor recoge siete ocurrencias de cuatro estudios realizados en Reino Unido, Países Bajos, Turquía, Grecia y China en los que las personas entrevistadas tenían que responder con un “de acuerdo”, “en desacuerdo” o “no sé” ante diferentes declaraciones referentes a neuro-edu-mitos. El análisis se realizó en base al profesorado que contestó que estaba de acuerdo con tales declaraciones, que fueron:
- La mayoría de las veces solo utilizamos el 10% de nuestro cerebro.
- Las personas aprenden mejor cuando reciben información sobre su estilo de aprendizaje preferido (por ejemplo: visual, auditivo o kinestésico).
- Los ejercicios de coordinación de corta duración pueden mejorar la integración de los hemisferios cerebrales izquierdo y derecho.
- Las diferencias en la dominancia hemisférica (cerebro izquierdo o cerebro derecho) pueden ayudar a explicar las diferencias individuales entre el alumnado.
- El alumnado baja su atención después de tomar bebidas y snacks.
- Beber menos de 6 u 8 vasos de agua al día puede hacer que el cerebro se reduzca.
- Los problemas de aprendizaje asociados a las diferencias de desarrollo del cerebro no se pueden remediar por la educación.
Estas falsas creencias, que tanto daño pueden llegar a hacer a la educación y a la sociedad, son desmontadas en este artículo basándose en evidencias científicas que han demostrado todo lo contrario o explicando que la ciencia aún no ha podido concretar nada al respecto y, por lo tanto, no hay ningún aval de referencia para afirmar dichas ocurrencias. Además de ello, la otra parte interesante del artículo se centra en los diferentes motivos que se esconden detrás de estas creencias tan arraigadas entre la sociedad y que van desde una mala interpretación hasta la deficiente traducción de términos médicos o la dificultad de acceso a la información correcta, entre otros.
Ya contamos también con investigaciones que aportan evidencias científicas para poder construir esos puentes tan necesarios entre educación y neurociencia. De esa manera, cualquier docente que quiera conseguir un impacto social en la educación de su alumnado puede acceder a contenidos correctos, basados en lo que la comunidad científica avala. Por otro lado, tal y como se recoge por la Dra. Sordé en ‘La equidad requiere la sustitución de edumitos por prácticas guiadas por evidencias científicas de impacto social’, luchar en contra de los neuro-edu-mitos es posible, pero el éxito está asegurado si se realiza desde la evidencia científica.
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