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El “periodista” tenía miedo de que la crisis de los medios le llevara a perder su trabajo y a tener que recuperar el que tenía como profesor y del que él había huido. De repente sintió como si le hubiera tocado la lotería, le encargaban un reportaje sobre un gran escándalo. Según iba adentrándose en la información, los argumentos no se sostenían. Las pruebas eran concluyentes de que era una gran mentira. El testigo, quien había sido base para el inicio del reportaje, había explicado con todo lujo de detalles lo que había vivido dentro de esa organización. Cosas terribles que daban mucho morbo y, por tanto, audiencia. Sin embargo, pronto vio que ese testigo nunca había estado allí y que los miembros del organismo no le habían visto nunca.

El rector de la universidad apoyaba la propuesta de reportaje. Además, él mismo confesó en un periódico relevante del país que era amigo del catedrático que había recibido más denuncias por parte de las víctimas. Víctimas a las que había apoyado esa organización. Desde la dirección del medio no solo le apoyaban al “periodista”, sino que le impulsaban a escribir ese reportaje. Las personas responsables del medio que le apoyaban estaban estrechamente vinculadas a los poderosos de la Universidad. No hubo demasiados reparos éticos en continuar con el escrito, ya que se buscaba aumentar la audiencia.

Ante esta situación el “periodista” comenzó a tener miedo de las consecuencias legales que podía tener para él publicar esa mentira. Así que consultó a su empresa de comunicación.  Allí le dijeron que no se preocupara, ya que no había ninguna obligación legal de decir la verdad y que pusiera en el reportaje la información que revelaron sus fuentes. A pesar de la respuesta, al periodista siguió dándole miedo que luego se interrogara a sus informantes y se descubriera que todo era falso y que la finalidad era atacar aquellas víctimas que se atrevieron a denunciar. Unas valientes que podrían ser referentes para otras víctimas y las animara a romper el silencio sobre el acoso. Pero otra vez le volvieron a tranquilizar desde su propio medio de comunicación. Él podía decir que esas fuentes eran anónimas y, por lo tanto, nadie sabría nunca quiénes son.

Así que el “periodista” decidió seguir adelante con la publicación del falso reportaje. Su trabajo tuvo menos fama de la que él hubiese querido. No obstante, provocó un dolor inmenso a las víctimas y a quienes las apoyaban.

El “periodista” no pudo evitar que poco a poco se le volviera el reportaje en contra. Los medios más rigurosos publicaron reportajes sobre esa heroica organización que había sido la primera en apoyar a las víctimas. Dichas publicaciones obtuvieron premios internacionales y se publicaron su buena práctica periodística en revistas científicas de calidad.

El falso reportaje del “periodista”, lo que consiguió a largo plazo fue convertirse en una mancha en su currículo, que demostraba su falta de ética y mediocridad profesional. Fue incapaz de ejercer periodismo de calidad que lograra audiencia, no por el logro de las mentiras, sino por la calidad humana y profesional.

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