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Simone Biles y sus compañeras de equipo. Wikipedia

Simone Biles es la mejor gimnasta de todos los tiempos. No solo lo ha ganado todo (muchas veces), sino que ha llevado su deporte a otro nivel, ejecutando movimientos que nadie había hecho antes e incluso aún hoy nadie ha podido imitar. El pasado 14 de septiembre, en su comparecencia ante el Senado de los EUA, se presentó como “ganadora de 25 medallas en Campeonatos del Mundo y 7 en Juegos Olímpicos” y como “superviviente de abuso sexual”. En su estremecedor y valiente testimonio, señaló a Larry Nassar, médico del equipo estadounidense de gimnasia artística durante 18 años y perpetrador de los abusos, como culpable, pero también a todo el sistema que permitió y perpetró esos abusos, señalando directamente a la Federación Estadounidense de Gimnasia y el comité Olímpico y Paralímpico Estadounidense. “No quiero que ningún otro joven atleta olímpico o ningún otro individuo sufra el horror que yo y que otros cientos han soportado y continúan soportando hasta hoy”, afirmó en la misma declaración.

Pocos días antes, durante la celebración de los Juegos Olímpicos de Tokio, Simone Biles fue noticia, pero no por sus logros deportivos, sino por su renuncia a participar en varias finales a causa de problemas mentales (estrés, ansiedad…) que le impedían afrontar la competición en condiciones de seguridad. Su valentía, otra vez, para sacar a la luz pública un tema tabú y su generosidad para dejar su puesto a otras compañeras que estaban en mejores condiciones para competir no consiguieron, sin embargo, el apoyo unánime que merecían. 

La periodista Amber Athey, en un artículo titulado “Simón Biles es una rajada”, la criticó argumentando que “una verdadera campeona es alguien que persevera incluso cuando la competición se pone dura”, mientras que el locutor Charlie Kirk fue mucho más allá calificándola de “sociópata egoísta” y “vergüenza del país”. Ambos recuerdan a esos cómplices del lobby de acosadores que aparecen en la serie Omertá de este diario y que entran en escena atacando a las víctimas y, por ende, revictimizándolas, en lugar de defendiéndolas. 

Este caso nos genera dos reflexiones alrededor del deporte, las y los deportistas como ídolos y referentes y nuestro papel, a su vez, como referentes para otras y otros más jóvenes en escuelas e institutos. En primer lugar, cualquier deportista, por el hecho de serlo, no es un buen referente, aunque tenga mucho éxito o sea de mi equipo o mi país. Que sea o no un buen referente debería depender de los valores que ponga en juego, tanto en la competición como en toda su proyección pública, y especialmente delante de la situaciones de violencia, donde su posicionamiento puede favorecer que se terminen, como en el caso de Biles, o que se perpetúen, como en el caso de todas y todos aquellos que conociéndolas nunca alzaron la voz. Sirva como ejemplo el de aquellos futbolistas que continúan invisibilizando, cuando no persiguiendo, la homosexualidad en este ámbito. En segundo lugar y estrechamente relacionado con lo anterior, ¿qué papel desempeñamos nosotros o nosotras cuando destacamos a un futbolista por meter tal o cual gol, en lugar de casos como el de Biles? Si se trata de excelencia y rendimiento deportivo, Biles tiene parangón con cualquier deportista, hombre o mujer, de cualquier disciplina y en cualquier momento de la historia; si se trata de los valores que encarna y transmite, lo mismo. Cuando en las escuelas e institutos nos planteamos trabajar la convivencia o la igualdad, busquemos, visibilizemos, celebremos y hablemos de Biles, de sus valores, de su posicionamiento y sus consecuencias, de por qué se la ataca… En definitiva, pongamos el acento, profundicemos y dotemos de atractivo a quienes ya están efectivamente previniendo y oponiéndose a la violencia.

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