El proceso de entrada o bienvenida de las chicas a algunos ambientes de organizaciones juveniles o estudiantiles se ha hecho y se hace siguiendo un proceso de pseudo mentorazgo. Entre los chicos deciden a cuál de ellos les corresponde desarrollar el rol de “mentor” de la nueva chica que acaba de llegar recientemente a la asamblea. Como aún no tiene los conceptos, las dinámicas y la praxis revolucionaria muy definida, es imprescindible que un chico con trayectoria en la organización la pueda guiar. Ellos como “protectores”, ellas “las elegidas”. Carne fresca he llegado a escuchar en alguna ocasión, mientras ellas se consideran afortunadas por estar estableciendo vínculos más cercanos con “él” y mientras las otras chicas de la organización, que ya han vivido lo mismo, callan.
“Él” generalmente la invita a tomar un café/cerveza antes y después de la asamblea, para comentar todo lo que ella seguramente no habrá comprendido y la ayudará a asimilar mejor aquellas contribuciones de Lenin sobre el “qué hacer” o el Libro rojo de Mao. En el movimiento estudiantil, la dinámica es evidente, los que llevan más de siete años estudiando la misma carrera, tienen ya mucho bagaje en la materia, mientras que las pobres inocentes que acaban de empezar primero, necesitan ser orientadas.
Así es como van entrando como en colador los discursos antidemocráticos y los egos van distorsionando la realidad. Un grupo muy reducido habla en nombre de “los/las/les estudiantes” mientras que el resto del alumnado ve a este minúsculo grupo, que hace mucho ruido en el bar pero poco destaca en los exámenes, profundamente ridículo y para nada representativo de la voz del estudiantado. Tampoco es extraño que estos líderes estudiantiles que tienen tanto que esconder se dediquen a atacar y calumniar a las estudiantes y profesorado que apoyan a las víctimas.
En la sede o el local, el espacio de los estudiantes, la guerra es por la llave. Quien tiene la llave del zulo, tiene el poder. A pesar de esto, se le llama “espacio de los estudiantes”. El reto; conseguir enrollarse con la chica nueva en el local entre carteles, botes de pintura y sosa cáustica para blanquear las paredes para los “murales”. Si el reto puede darse antes de una asamblea, el morbo es muchísimo mayor porque no solo se trata del espacio sino de quién será la primera persona que entre por la puerta, quizás con la misma intención, y los descubra. En el zulo, entre lemas feministas, todo vale, el engaño, el maltrato, el ignorar al otro/a/e, el forzar para mantener relaciones, etc. y después, lo mejor, contarlo a todo el mundo y añadir un palito en el ránking de “¿cuántas veces lo has hecho en el xxx?”. A ver quién es el mentor que se lleva la palma.
El zulo, es sagrado, como lo son las fiestas y especialmente las ocupaciones, se niegan a tener puertas transparentes y a que el espacio sea de todas y todos los estudiantes. Si hacerlo en el “espacio de los estudiantes” tiene morbo, hacerlo en medio de una ocupación al rectorado, es cósmico. Todo se prepara para las ocupaciones, se buscan argumentos, se discute, se eligen representantes, las esterillas, los sacos, la ropa, la bebida… generalmente los equipos de representantes se constituyen de un mix entre las chicas nuevas (siempre hay una que destaca un poquito más) y alguno de los mentores. Así se puede explicar bien en teoría y praxis cómo se desarrolla una buena negociación, aquello de la dialéctica. Se inicia una ocupación con una motivación pública aparentemente clara por parte de los/las/les okupantes. A pesar de que dicha argumentación va a ir variando a modo que vaya pasando el rato dentro del espacio. La única motivación e intrínseca es el morbo enorme del riesgo, del ego por encima del resto de estudiantes “yo he dormido en el rectorado, tu no”, del creerse un enviado de Lenin para solucionar los problemas de la tierra, pero especialmente, el morbo de pensar en la fiesta, en el alcohol, en cómo se hace en el suelo, dentro del saco quechua, encima de la esterilla, bajo la mesa de negociación, rodeados de gente y con una persona que ni siquiera había mostrado interés por ti pero que se ha acabado sometiendo a tus presiones constantes y reiteradas desde el primer día que te dirigirse como su mentor. Esta persona a la que sumarán a la lista de rayitas “una más” y a la que usarás y tirarás, por el morbo del abuso, de la fuerza, del peligro y de la conciencia revolucionaria que te dice que el trabajo se hace “hasta el final”. Como decía Lenin, “si hace falta caminar por encima de los cadáveres hasta llegar a Moscú”, esto también lo he escuchado en más de una ocasión.
Los abusos, entre ellos, los sexuales, los engaños, la denigración que se da en estos espacios son enormes, las consecuencias a lo largo de las vidas de las personas que los sufren, aún más. Las cosas no cambian con la edad, podría relatar muchas historias de personas de estos entornos, que con la edad solo han hecho que sumar perdida de sentido, desilusión y relaciones de usar y tirar, algunas de ellas, llegando al suicidio. Las cosas cambian con las interacciones. Afortunadamente, el grado de radicalidad de una persona no se mide por el número o por la anchura de los aros que lleva colgando de las orejas, sino por sus actos. El movimiento estudiantil es amplio, diverso e imprescindible. Es esta pluralidad la que consigue grandes retos que mejoran las condiciones y las oportunidades de toda la comunidad universitaria, no la voz de la autoridad gritando más fuerte que la de la democracia.