En un jardín urbano con juegos infantiles hizo acto de presencia una niña de unos cuatro años de edad. Llevaba un cochecito con el cual paseaba a una muñeca. Dio unas cuentas vueltas de un lado a otro hasta que de pronto agarró a su muñeca con un claro objetivo, el de subirse a una rama de un gran árbol. Una vez instalada, por sus propios medios, se levantó un lado de la camiseta y pegó la muñeca a su incipiente pezón.
Casi enseguida, del árbol pasó a un trapecio, para trepar luego por los laterales y el techo de un camión de imitación, todo ello hábilmente sin apartar la muñeca de su pecho. De vez en cuando, se la colocaba mejor y continuaba con sus acrobacias
Al contemplarla, se me ocurrió que la pequeña estaba escenificando, inconscientemente, el rol que le auguraba. Cuidaba de su muñeca, como un trasunto de sus futuros hijos, sin dejar de montar en un columpio, trepar por un árbol, encaramarse al tobogán, todo ello a imagen de las ocupaciones de una vida activa. Se estaba entrenando para compaginar el hogar con el trabajo externo.
Porque las mujeres seguirán con su doble papel por amor y por brío, por enorme capacidad, superando de natural a los hombres, los amables ayudantes.
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