Uno de los mitos más perjudiciales que se han extendido en el ámbito educativo es el de afirmar que las situaciones familiares de vulnerabilidad socioeconómica o bajos niveles académicos explican el fracaso escolar de las niñas y niños. Esto ocurre cuando se confunde correlación con causalidad y, en consecuencia, se terminan justificando los peores resultados educativos sin atender a qué podemos hacer desde las aulas para superar las desigualdades socioeducativas.
El estudio longitudinal publicado en “Journal of Educational Psychology”, Family involvement in school and low-income children’s literacy: Longitudinal associations between and within families, examinó el rendimiento en alfabetización de niñas y niños procedentes de contextos de bajos ingresos y diversidad étnica y lingüística desde el nacimiento hasta el inicio de su escolaridad y desde el inicio de la Educación Infantil hasta la etapa de Primaria. Las familias más vulnerables participaron en una intervención financiada con fondos públicos que incluía una educación de alta calidad para los niños y niñas y la inclusión de sus familias en procesos de formación y orientación laboral con el doble objetivo de mejorar el desarrollo infantil y, a su vez, aumentar las posibilidades de empleo y autosuficiencia económica de sus familias.
Con una muestra de 403 menores de 21 centros educativos y un seguimiento longitudinal de los resultados académicos durante las etapas de Infantil y Primaria, los resultados demuestran que el factor decisivo en el éxito de alfabetización de las niñas y niños es el grado de participación educativa de sus familias dentro de las escuelas y no el nivel académico, cultural o socioeconómico de partida. Tal es así que, independientemente del nivel educativo de las familias, cuando estas aumentaban el grado de participación dentro de las escuelas, los resultados académicos mejoraban más que los obtenidos por niñas y niños procedentes de familias con estudios y situaciones socioeconómicas privilegiadas que no participaban en las escuelas.
La investigación demuestra que, cuando los esfuerzos se centran en promover la participación de las familias más vulnerables, aumenta la capacidad de los sistemas educativos para superar las desigualdades de partida, por lo que crear comunidades enfocadas en superar las barreras a la participación educativa de las familias debería ser un objetivo primordial de las políticas y prácticas en educación para erradicar el riesgo de fracaso escolar entre las niñas y niños de contextos vulnerables.
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