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A no sobrevivió a un accidente, ya caída la noche. Días después, B recibió una carta de muchas páginas escritas a mano y certificada la mañana de su muerte. Las lágrimas no impidieron leer la profundidad de la explicación del proceso que la había llevado a convencerse de la pérdida de sentido de su vida. Casi no se conocían, pero muchas personas que no conocían a B, sabían que en las universidades españolas nadie ayudaba a las víctimas tanto como él. La carta dejaba claro que no soportaba vivir en este mundo y no quería que nadie intentara hacerla cambiar de opinión. B veía muy claro en esas páginas que ella deseaba que él siguiera transformando ese contexto para que a otras no les pasara lo mismo que a ella.

Las palabras relataban lo que el acoso podía llegar a hacer con una chica que poco antes, había entrado como profesora llena de ideales de transformación del mundo a través de la educación. Pronto vió que el ambiente de dentro de la universidad no era precisamente un mundo mejor y también se sintió presionada a renunciar a sus ideales para enseñar teorías que negaban esa posibilidad de transformación. Buscó aire haciendo una estancia en una institución de prestigio de otro país donde esperaba encontrar un ambiente libre de acosos y unas teorías menos desesperanzadoras. 

En esa institución también estaba haciendo una estancia C, un profesor español más senior. Al principio le pareció un pesado que le ponía la cabeza como un bombo con teorías que negaban los ideales de mejora y diciéndole infantil por mantenerlos. Años antes, C se convirtió muy rápido en acosador, al hacer un análisis muy machista y violento del desengaño que tuvo con su mujer. Encontró un recurso para sus acosos en las teorías de un autor muy de moda que había defendido la despenalización de la pederastia y la violación. No preguntaba a las chicas si querían hablar con él o no, no las dejaba en paz, aunque se lo pidieran, dando la imagen de intelectual crítico para intentar llegar a tener sexo con ellas. Era lo peor que se podría haber encontrado A en ese momento de su vida.

A la vuelta a su universidad, ya no veía sentido a su vida de persona buena que confiaba en la bondad de otras personas, pero tampoco quería hacer el cambio que había hecho C y presionaba para que lo hiciera ella, no quería convertirse en lo que le parecía un monstruo. De C no salieron lágrimas, había muchas otras a las que presionar. Lo que sí hizo él fue convertirse en uno de los principales enemigos de quienes rompían el silencio sobre la violencia de género en los contextos universitarios; le daba mucha rabia sentir que atacaban su modus vivendi.

B habló con el entorno de A, le dejaron claro que no dijera nada, que haría sufrir muchísimo a su familia si lo hacía, que conocían muy bien a sus familiares y que la querían tanto que ninguno quería saber nada de ningún detalle que pudiera hacer dudar. B no pudo ni quiso olvidar cada palabra de esa carta. Guardó para siempre en su memoria la imagen de una chica que continuamente le animaba a seguir rompiendo el silencio sobre los acosos sexuales en las universidades. 

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