Anoche acabé el libro “El consentimiento” de la editora y escritora Vanessa Springora. Se publicó a principios de año y escandalizó a Francia. Un libro devastador, desgarrador. Porque lo que narra es su relación abusiva con el escritor Gabriel Matzneff, que comenzó cuando ella era una niña de 14 años y él un adulto de 50 años de conocida paidofilia. No la ocultaba, se vanagloriaba de ella en entrevistas como la del prestigioso programa de contenido literario ‘Apostrophes’ ( en la que solo una invitada, la escritora canadiense Denise Bombardier, muestra su repulsa y denuncia el abuso de poder de Matzneff, y , por ello, será violentamente críticada por los círculos literarios franceses) y en su obra literaria con una importante parte autobiográfica. Existía una ley en Francia que condenaba la pedofilia, pero él era un escritor famoso, nadie hizo nada. Ella lo conoció a través de su madre. Springora expone en una entrevista publicada en la prensa que “crecí con una madre editora, rodeada de autores, he tenido cenas de niña en casa con García Márquez o Umberto Eco”, es decir un ambiente culto.
Nadie cercano la ayudó, tampoco su familia. La escritora afirma que “el consentimiento no puede ser el único criterio para determinar si hay abuso sexual. “Se usa eso contra las víctimas: ‘ella quería’, ‘consintió’… Me detengo en la riqueza semántica del concepto, porque hay mucha filosofía detrás. Hubo mi consentimiento, cierto, pero también el de la sociedad. En el caso de menores, hace falta añadir la desigualdad entre esas personas. Yo no fui forzada, pero no era nada igual al adulto de 50 años, que ostentaba una posición moral de ascendencia, que utilizó para romper las restricciones naturales. El adulto representa la ley, encarna la protección del menor, no podía imaginarme que me haría daño”. En otra entrevista cuando le preguntan cuál puede ser realmente la edad del consentimiento argumenta: “Es una noción jurídica, pero la mayoría de las veces se puede volver en contra del menor porque permite atenuar la gravedad de los hechos si el adulto tiene, como suele suceder, una posición de poder. El consentimiento puede tener que ver también con la vulnerabilidad por razones económicas, no solo de edad”.
Salió muy dañada, traumatizada, paso por tratamientos, hospitales y destaca: “Rechazaba mi condición de víctima a causa de mi consentimiento, me consideraba cómplice de un pedófilo, tenía ganas de suicidarme, me sentía yo sucia por lo que él, le hacía a los niños prostituidos en Manila”. Al final Vanessa Springora expone que entendió que “se trataba no de cuestionar mi deseo, sino el suyo”. Springora describe a Matzneff como un “perverso narcisista”, un “depredador”. El contenido del libro es terrorífico porque, además, ella no fue la única victima del escritor. Hubo otras niñas y otros niños, incluidos los que conocía en su turismo sexual.
Lo tremendo de todo esto es que cuando ocurre, en ese contexto intelectuales de izquierda e incluso numerosa prensa, defendieron públicamente a tres adultos acusados de haber tenido relaciones sexuales y, además, haberlas fotografiado con menores de trece y catorce años. En 1977 en el periódico Le Monde se publicó una carta abierta, titulada “A propósito de un proceso”, defendiendo la despenalización de las relaciones sexuales entre personas adultas y menores porque no habían sido víctimas, sino “consentidores”, carta que también firma Matzneff y, años más tarde, confiesa haber escrito y promovido. Junto a otros destacados intelectuales, una feminista de renombre firmó también, Simone de Beauvoir, una feminista nunca puede apoyar el abuso y violación de menores, los y las más vulnerables, hay libros informativos que la muestran como un ejemplo para seguir para las niñas. La escritora Marguerite Duras y la escritora y feminista Hélène Cixous se negaron a firmar la carta.
Dos años más tarde será el periódico Liberation quien publicará otra petición apoyando a un hombre que vivía con niñas de seis a doce años que, nuevamente, firman importantes representantes del mundo literario. Décadas después todos los periódicos piden disculpas por haberlas publicado y, casi todas las personas que firmaron, harán lo mismo. Por mucha revolución sexual que vindicaran, ¿de verdad no se dieron cuenta de que no eran relaciones entre iguales, que se trataba de abusos de niños y niñas, que había una desigualdad palpable en las relaciones, un abuso de poder?. Springora argumenta: “la figura del intelectual que escribe en Francia tiene un estatus especial, de figura intocable por encima de la ley. En cierto modo creían que era una especie de ficción. Les costaba creer que había personas reales. Nadie trató de encontrar la verdad en sus escritos pero no era un mitómano, lo que contaba era real”.
En 2013 le otorgaron a Matzneff el premio literario Renaudot. La justicia tardó treinta años en intervenir. Al día siguiente de salir el libro, la Fiscalía de París abrió una investigación de oficio al escritor por presunta violación. La investigación dirigida desde la Oficina Central de Represión de Violencias contra Personas (OCRVP), se centra en Springora, pero según la fiscalía “se buscarán más presuntas víctimas del escritor, que en varias de sus obras, como Les moins de seize ans (los menores de 16 años) relata relaciones sexuales mantenidas con adolescentes, niños y niñas, de hasta 11 años”. Matzneff el mismo día de la publicación del libro, acusó a Springora en una carta enviada al periódico L’Express, “ de querer hacer de él “un pervertido” y “depredador” y de querer lanzarlo “al caldero maldito al que han sido lanzados estos últimos tiempos el fotógrafo Hamilton, los cineastas Woody Allen y Roman Polanski”. No muestra arrepentimiento alguno. Echa balones fuera. Su caso, incluso si se llega a la conclusión de que constituyó una violación, habría prescrito según la ley francesa. El periódico Le Monde subraya que seguir con la investigación, aun así, “permite no dejar sin respuesta a las víctimas”.
El debate se ha trasladado a otras obras, de otros autores confundiendo el contexto. Hay una diferencia muy clara: en el caso de Springora y de las otras víctimas de este escritor no hablamos de un contexto ficcional, ocurrió de verdad. Lo que él cuenta lo sufrieron sus victimas y el lo narró en sus libros. No inventa, cuenta lo que ocurrió en la realidad.
El dolor, la rabia, la impotencia de una niña y de la mujer en la que se convierte hacen que este libro sea atroz, pero también muestra la tremenda fuerza de voluntad y el coraje, la valentía que llevan a Vanessa Springora a rehacer su vida y a denunciar desde la escritura. Denunciar el abuso sexual es necesario, siempre. Mirar hacia otro lado no es justificable, nunca.
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