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Ya ha pasado un mes desde que volvimos a la escuela y cada día nos seguimos preguntando si lo hacemos bien. Nos evaluamos, nos reunimos para revisar acuerdos y protocolos, mejorarlos y adaptarlos a los nuevos hallazgos y normativas. Estamos orgullosos y orgullosas como comunidad educativa de poder continuar la actividad escolar y, al mismo tiempo, estamos vigilantes, exigentes y con preocupación ante la incertidumbre.

Nos hacemos más conscientes de la necesidad de actuar en comunidad, se informa más a las familias de lo que pasa en la escuela, hacemos formación conjunta, intercambiamos información, organizamos charlas con personal sanitario, creamos comisiones mixtas con personas de diferentes colectivos de  la comunidad para que no se nos escape nada importante. Estamos leyendo y hablando más que nunca de salud, y es vital que esas lecturas sean científicas y esos diálogos sean fundamentados. 

En colaboración con la Escuela T. H. Chan de Salud Pública de Harvard, el Programa de Edificios Saludables lanzó el proyecto Covid Path Forward en el que se perfilan catorce áreas de prioridad para salvar vidas y proteger la economía. Entre ellas, el área prioritaria 10, enfocada en la reapertura de las escuelas, ofrece una cuidada selección de estudios y artículos que incluye el informe ESCUELAS SALUDABLES-Estrategias de reducción de riesgos para la reapertura de las escuelas. Este informe contiene orientaciones para mejorar la seguridad de las escuelas durante el COVID-19 en cinco áreas: aulas saludables, edificios saludables, políticas saludables, horarios de clases saludables y actividades saludables.

Mantener la atención vigilante ante tantas medidas de seguridad e higiene no debería impedirnos estar vigilantes también del bienestar de las personas, las interacciones o la prevención de la violencia. El aparente orden derivado de tanta norma podría estar escondiendo posibles casos de exclusión, bullying o ciberbullying. La flexibilidad en la asistencia podría estar ocultando casos de absentismo o desamparo. Ante estas graves amenazas, es importante compartir las responsabilidades con actitud bystander. En este sentido, Harvard nos da pistas para cuidarnos en comunidad.

Es posible que sea necesario incorporar más personal para el equipo de respuesta frente al COVID-19 o a causa de la bajada de ratios, de los mayores requisitos de supervisión y del aumento de las licencias por enfermedad. Las escuelas pueden ampliar el personal disponible mediante la incorporación de estudiantes en prácticas, voluntariado de la comunidad y personas de la institución recientemente jubiladas. Es importante hacer hincapié en asegurarse de que estas personas estén formadas en cuanto a las políticas de la escuela relativas a COVID-19 y que puedan trabajar a distancia o respetar el distanciamiento físico pertinente en la escuela. 

Si el espacio para respetar el distanciamiento físico dentro de la clase es reducido, las y los estudiantes de esa clase se pueden subdividir en núcleos más pequeños que se sienten cerca durante la clase y el almuerzo, jueguen cerca en los recreos y permanezcan cerca durante toda la jornada. Las y los integrantes de esos núcleos desprendidos de la clase general también deberán guardar la mayor separación física posible con otras personas. En otros países, esta práctica ha resultado especialmente útil en las escuelas primarias, donde la socialización entre pares es un componente importante de la vida escolar.

Sin importar el motivo por el que alguien esté estudiando desde casa, es fundamental que se le brinde acceso a Internet, los dispositivos necesarios y los sistemas de apoyo que suelan estar disponibles en las escuelas, como alimentación o equipos de orientación. Harvard propone la creación de equipos de enseñanza a distancia para cada nivel académico en todo el distrito, mediante la convocatoria de personas recientemente jubiladas o profesorado activo con afecciones previas, de modo que los y las docentes de aula puedan centrarse en la enseñanza presencial. Es importante evaluar los mecanismos que permitan a las y los estudiantes aprender a distancia y, a la vez, mantener la comunicación con el profesorado y con sus compañeros y compañeras de clase que continúan en el aula.

El recreo es beneficioso para el desarrollo de la autonomía de los niños, la participación en actividades y experiencias sensoriales y físicas, el desarrollo de habilidades sociales y la renovación de la capacidad de atención. Las escuelas pueden desarrollar estrategias para reducir el riesgo de transmisión de COVID-19 y al mismo tiempo pueden permitir el uso continuo de estructuras fijas y de materiales de juego y deporte, modificando las actividades para promover una forma de juego segura. 

El informe de Harvard enfatiza en que la correcta reapertura de las escuelas requiere de la colaboración continua entre administraciones, personal no académico y profesorado y de la cooperación permanente entre docentes, estudiantes y familiares. Cada uno y cada una desempeñamos un papel fundamental. No podremos superar esta pandemia sin una fuerte confianza social.

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