El movimiento feminista es un movimiento colectivo de toma de conciencia de todo aquello que afecta a la mujer, que propone alternativas de transformación, en el que todas y cada una de las mujeres tenemos el derecho a que se incluya nuestra voz. Pero no todas las mujeres nos posicionamos ideológicamente en el mismo lugar, ni lo trasladamos a la acción desde las mismas estrategias. No debemos olvidar que el feminismo es una revolución de tres siglos, tan potente que ha impulsado muchos otros cambios sociales. Un movimiento en el que no todas las mujeres son académicas y en el que, como ya ha quedado hace mucho demostrado, sus voces son imprescindibles.
Un movimiento que incluso ha convertido el espacio privado en un espacio de transgresión y transformación, por ejemplo desde el ciberfeminismo, en aquellos países en los que las mujeres lo tienen realmente complicado y se han convertido en ciberactivistas en pro de una vida más justa para todas las personas. Hablamos de las distintas olas del feminismo que han hecho que lleguemos hasta aquí, pero no siempre recordamos que los distintos feminismos no concluyen con cada nueva ola, sino que coexisten. Si realmente queremos transformar las estructuras de poder que mantienen a las mujeres en lugares que deben ser transformados, lugares situados en diversos contextos, debemos dialogar y buscar estrategias de trabajo conjunto. Cuando así lo hemos hecho, se han conseguido cambios realmente profundos y con impacto real en la vida de las mujeres. En una ocasión le preguntamos a Marcela Lagarde cómo habían conseguido unirse mujeres de espectros ideológicos tan distintos para lograr la Ley contra el feminicidio en México. Nos dijo que aparcando las diferencias y centrándose en lo que importaba que era que no hubiera más mujeres que continuaran siendo asesinadas. Recordemos que muchas trabajaban en maquilas, que eran pobres y jóvenes.
En relación con todos estos aspectos, Ainhoa Flecha realizó una conferencia en enero de 2020 en el II CICFEM en València, “Políticas de Identidad de género”, en la que planteó aspectos contradictorios en los que debemos profundizar. El tema era evidentemente incómodo, políticamente incorrecto, pero absolutamente necesario si queremos visibilizar las diferencias de planteamientos feministas y buscamos una transformación real. Hoy, medio año más tarde, visto lo visto, es muy urgente abordarlo. Las feministas, todas, nos posicionemos donde nos posicionemos, deberíamos preguntarnos: ¿todos los argumentarios respetan a todas las mujeres? Ainhoa Flecha fue valiente visibilizando los puntos candentes en diversos posicionamientos feministas y, al hacerlo, mostró que hay mucho de lo que hablar si realmente buscamos transformar. Un diálogo muy necesario y urgente en nuestro contexto.
Defiendo que una mujer trans es una mujer. Para mí esto nunca ha sido cuestionable. ¿Significa eso que no defienda que se puedan argumentar otros posicionamientos, incluso aquellos con los que no me identifico personalmente? Flecha puso un ejemplo, el caso de Maya Forstater que defiende que una persona no puede cambiar su sexo biológico. A partir de ese momento ha sido acosada por transfobia y perdió su trabajo por ello. El debate sobre el tema elude un punto importante: ¿debe poder expresarse? J.K Rowling defendió el derecho a expresarse de Forstater y por eso se han organizado quemas de sus libros de Harry Potter acusándola de transfobia. En mi opinión, lo único que hizo fue defender la libertad de expresión. “No estoy de acuerdo con lo que dice, pero defenderé con mi vida su derecho a decirlo” es una frase atribuida a Voltaire pero que, en realidad, redactó en 1906 Stephen G. Tallentyre, pseudónimo de la autora británica Evelyn Beatrice Hall, en la obra `The Friends of Voltaire’ , una biografía del polifacético autor (la genealogía de mujeres escritoras muestra que muchas debieron utilizar pseudónimos para que publicaran sus obras, por ser mujeres; en algunos contextos todavía ocurre).
Todo lo que expuso Ainhoa Flecha me reafirmó en que defender que alguien pueda expresarse no significa identificarse con sus ideas. Tampoco podemos negar a las feministas que vinieron antes que nosotras, ni eliminar su rastro como ocurre con la obra “Monólogos de la vagina” de Eve Ensler, otro ejemplo que utilizó Flecha, un texto cuya primera versión es de 1996, denostado actualmente por transfobo por muchos feminismos porque se centra en mujeres CIS con vagina. Considero que la literatura siempre debemos leerla contextualizada. Si trabajamos bien la literatura, nadie puede defender que algunas mujeres trans que lo lean pensarán que no son mujeres, por no tener vagina, y por eso tirarlo a la hoguera, como afirman algunas voces. No dudo de la inteligencia de las mujeres trans, saben que son mujeres y ninguna lectura las va a hacer pensar lo contrario. Y la vagina, para algunas mujeres CIS, sigue siendo una desconocida, tampoco todo lo que plantea se ha solucionado. ¿Vamos a hacer esto con toda la literatura? ¿No se va a poder publicar literatura que se identifique con mujeres CIS? Personalmente leo literatura que tiene como personajes mujeres o niñas trans, y hacerlo ha ampliado mis puntos de vista y mis referentes en educación literaria, porque era una mujer leyendo a otras mujeres y me importaba lo que me tenían que contar. ¿Debemos abolir todo lo que sea diferente de nuestro posicionamiento feminista? ¿Dónde está el límite con la censura? ¿Cómo amante del cine únicamente podré ver las películas que superen el test de Bechdel? Porque no todas las películas tienen dos personajes femeninos, uno de los tres puntos de su test. Entiendo perfectamente qué quería decir Alison Bechdel en sus viñetas, pero aplicarlo literalmente, dogmáticamente, invalida, por ejemplo, las adaptaciones cinematográficas de “la Isla del Tesoro”. Una novela de piratas publicada en el siglo XIX que Stevenson escribió para su hijastro Lloyd Osbourne, que puede ayudar a reflexionar sobre la ambición.
Como persona, como docente y como investigadora, defiendo que, aunque no nos identifiquemos con las ideas que alguien exprese, debemos defender que lo haga, no ya por la libertad de expresión que supone, sino porque, como decía el profesor José Luis Sampedro, por encima de la libertad de expresión hay otra más importante: la libertad de pensamiento. No debemos olvidar que es la garante de la democracia, por eso la persigue la ultraderecha. Si no estamos de acuerdo con alguien deberemos contraargumentar, estimulando el debate, el diálogo. Y es desde la argumentación desde donde se generará conocimiento y podremos transformar.
¿Quién ocupa los lugares de poder real desde donde se puede actuar y tomar decisiones que nos afectan, y mucho, porque suponemos el 52% de la humanidad? Estamos en una situación de neoliberalismo salvaje que afecta cada día nuestra vida. ¿Debemos olvidar todas las aportaciones feministas hasta el momento, de la mujer como sujeto histórico, social o político?, ¿qué alternativas reales ofrecemos para implementar las posiciones que defendemos y avanzar en todos estos frentes, que configuran nuestra vida cotidiana, en un contexto de pandemia que ha visibilizado enormemente, globalmente, la desventaja de las mujeres en educación o sanidad, por ejemplo, porque son las más pobres entre la población más pobre?.
Defender el derecho a plantear preguntas, y no solamente el derecho a dar respuestas a preguntas planteadas por otras personas desde un determinado posicionamiento ideológico, es imprescindible en la vida y en la ciencia. Como feministas y como científicas deberíamos defender espacios de diálogo que lleven a romper el dogmatismo y a pasar a acciones concretas de compromiso social y ciudadano.
Vindico el derecho de las mujeres trans a ser consideradas mujeres. Claro que sí. Y también vindico mi derecho a ser mujer hetero, no quiero que mi género sea abolido, porque hay estructuras de poder que, sencillamente, si eso ocurre, no van a desaparecer como se afirma, lo único que ocurrirá es que serán invisibles y, consecuentemente, no combatibles. Sencillamente vindico lo que yo quiero ser, porque nadie, absolutamente nadie, tiene derecho a decidir por mí. Ni por otras mujeres que sienten y defienden lo mismo que yo.
Porque sigue siendo necesario transformar, entre otras muchas cosas, las condiciones de vida de las mujeres, de todas las mujeres sin olvidar ninguna: la desigualdad real de las mujeres en el trabajo; la conciliación familiar y laboral asumida casi exclusivamente por las mujeres que perjudica su salud, su trabajo y que, al ser las que asumen más la reducción de jornada, las convertirá en su jubilación en la ciudadanía más pobre; la educación, porque las niñas pobres son las más desfavorecidas y los currículums escolares de todas las personas continúan ignorando mayoritariamente a las mujeres y sus logros culturales, sociales o científicos; la revisión de cómo nos sexualiza, como personas, el sistema educativo; la educación afectivo-sexual porque, en relación a la VdG, según los datos del Ministerio del Interior, las denuncias por agresión y abuso sexual pasaron de las 6.732 en 2012 a las 10.727 de 2018. Y según el Instituto Nacional de Estadística (INE), con relación al número de condenas a los delitos sexuales cometidos por menores de edad, sólo en 2018 la cifra creció un 20%. Los delitos sexuales cometidos por menores han crecido un 70% en cuatro años. Aumentan las denuncias, pero también las agresiones cometidas por menores. Algo no estamos haciendo bien. Hasta hoy, cuando escribo este texto, han muerto 21 mujeres en 2020 y desde el 1 de enero de 2013 han muerto 1054 mujeres. El confinamiento ha agudizado las cifras de la violencia de género. Han muerto por ser mujeres y porque algunos hombres, precisamente por eso, por ser mujeres, consideraron que las podían asesinar. Pensemos además en las secuelas físicas y/o psíquicas de las que lograron sobrevivir. Y también en los/las menores y otras personas muertas para lastimar a esas mujeres. No podemos bromear con esto. No lo podemos invisibilizar.
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