
Tras treinta y ocho días de confinamiento cuando escribo este texto, siguen pasando cosas que parecen sacadas del argumento de una novela distópica. Debemos ya pensar qué vamos a hacer cuando esto acabe para impedir que vuelva a ocurrir. Comparten por un grupo de whatsapp un video de un científico del CSIS, Fernando Valladares, que nos advierte de que cuando todo esto acabe hay riesgo de olvidarlo tras abrir las puertas y nos explica que la COVID-19 lo ha provocado una zoonosis, una infección de origen animal, y que puede haber más pandemias, más letales, como consecuencia de cambios en la diversidad de animales y plantas que posibilitan que el patógeno entre en contacto con las personas.
Y nos recuerda el efecto protector que tiene la biodiversidad, la naturaleza, contra estas infecciones. Y las causas unidas al origen de la COVID-19: la destrucción de los ecosistemas y la sobreexplotación de los recursos que se han llevado a cabo en el planeta. Afirma Valladares que la pandemia, como el 70% de las enfermedades de los últimos cuarenta años, la hemos provocado directa o indirectamente los seres humanos, por nuestra ceguera al no ver que lo que le hacemos a la biosfera nos lo hacemos a nosotras y nosotros mismos, porque no podemos vivir de espaldas a la naturaleza. Y que eso implica cuestionar el sistema socioeconómico basado en la desigualdad, porque mientras millones de personas viven en la pobreza extrema el 1% de los más ricos tienen tanta riqueza como el 99% restante.
Hay solución y nos la ofrece: conservar, restaurar y mimar los ecosistemas que nos rodean. Pedro López, activista en derechos humanos, nos recuerda el colapso de la especie humana si seguimos la senda que marca el capitalismo, bajo la bandera de la globalización, y nos informa de que una línea que se va abriendo paso en el campo de los derechos humanos es aquella que busca tipificar los delitos económicos contra la humanidad. ¿Lo vamos a recordar cuando recuperemos la cotidianidad?. Porque la pandemia ya ha demostrado que sin las personas contaminando, la contaminación se reduce.
Hace una semana el presidente Trump decidió, por si no hubiera ya evidenciado suficientemente quién es y qué le interesa, privatizar la luna en plena pandemia porque, dice, no ve que sea un bien común, posiblemente porque contiene materiales muy caros que escasean en la tierra y helio 3; así que en lugar de dedicar su atención a la ciudadanía, se dedica a la privatización del espacio exterior contra el Tratado de la Luna, un pacto firmado en 1979 que transfiere jurisdicción a la comunidad internacional e incluye que todas las actividades en torno a los cuerpos celestes deben hacerse conforme al Derecho internacional, particularmente la carta de las Naciones Unidas. Y a él qué más le da, si negó la pandemia y ahora la utiliza descaradamente. Hace solamente cinco días Trump decidió suspender los fondos de EEUU a la OMS en plena pandemia, acusándola de ocultar la expansión del coronavirus, en lugar de asumir que su gobierno no tomó las medidas de prevención necesarias e ignoró informes que evidenciaban lo que iba a suceder. Esta nueva hazaña Trump la emprende en EEUU cuando había unos 615.000 casos de coronavirus y habían muerto en el país más de 26.000 personas. Los medios de comunicación unen esta acción con un intento de echar la culpa a la OMS de la criticada respuesta de su administración a la pandemia en EEUU. Y nos recuerdan que Trump ya decidió su salida de la Unesco, del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, del Acuerdo de París sobre el cambio climático o del pacto nuclear con Irán. Trump miente. Porque la OMS no había ocultado información, a finales de enero ya había avisado de que el brote constituía una Emergencia de Salud Pública de Preocupación Internacional (PHEIC), el 28 de febrero aumentó el riesgo mundial de propagación de “alto” a “muy alto”, y el 11 de marzo lo calificó como pandemia.
A principios de abril Noam Chomsky opinaba que mentir constantemente hace que el concepto de verdad simplemente desaparezca. La reelección de Trump, argumentaba, si se produce, será un desastre para su país y para el resto del mundo porque significará continuar, o acelerar, las políticas que sobre salud, medio ambiente e, incluso, la amenaza de una guerra nuclear, ya existen. Políticas que afectan a la supervivencia de la humanidad. También señala el estado desastroso de la sanidad americana en EEUU para la población sin recursos porque según las políticas neoliberales, los hospitales deben ser rentables. Recordemos que en EEUU hay 29 millones de personas sin seguro médico y 58 millones de ciudadanas y ciudadanos infraasegurados, con una póliza de coberturas escasas y altos copagos y que las cifras pueden haberse incrementado por el paro.
Chomsky aporta esperanza en otras posibilidades como la vacuna de la polio de Jonas Salk, gratuita para todo el mundo, incidiendo en la lógica capitalista de otras vacunas vinculadas a farmacéuticas que quieren negociar con ellas. Ya existen campañas solicitando que los gobiernos actúen para que la vacuna de la COVID-19, cuya investigación cuenta con fondos públicos, no se le niegue a nadie, que todo el mundo tenga acceso a ella, que no prime el beneficio privado sobre la salud de las personas. Y nos recuerdan que ya ha pasado con otros medicamentos indispensables para salvar vidas, como el fármaco para tratar la Hepatitis C. Dos grandes farmacéuticas, antes rivales, se han unido prometiendo el acceso global a la vacuna como una prioridad y se han comprometido a que el fármaco profiláctico que desarrollen sea accesible a un precio justo para la gente en todos los países. Profesionales de la ciencía defienden la colaboración y solidaridad frente a la competencia. Ojalá sea verdad. Ojalá los gobiernos también hagan que lo sea.
Debemos recordar todo esto cuando determinados partidos políticos utilizan la mentira, conscientemente, utilizando para su rédito político la pandemia, sin aportar ninguna alternativa.
Tenemos tiempo para reflexionar sobre el modelo de sociedad que queremos, sobre el contenido del programa electoral al que vamos a decidir votar, si así decidimos hacerlo, desde un voto informado. Y hacer esto requiere reflexión, análisis y lectura crítica. Y eso se aprende en las aulas. Por tanto, el profesorado debemos revisar si la educación que se ofrece en los centros educativos va unida a esos objetivos de desarrollo sostenible que, de manera interrelacionada, ayudarán a la transformación educativa y, por tanto, social. Debemos revisar si estamos formadas y formados desde el rigor científico para hacerlo, la coherencia entre las teorías desde las que nos posicionamos y las prácticas que implementamos.
Si lo hacemos bien, habrá muchas menos personas que voten a quien miente, a quien en lugar de preocuparse por sumar tiene como propósito dividir, con el agravante de que lo hacen en una situación de pandemia global, en una situación en la que hasta este momento en España han muerto 20.453 personas y ya cuenta con más 198.674 positivos. Detrás de esas cifras hay personas y, unidas a ellas, hay más personas: sus familias, sus amistades, todas las personas que están trabajando por ellas, trabajando por todas nosotras y nosotros en y contra esta pandemia, dejándose la piel, arriesgándose cada día.
En la cultura popular valenciana hay un juego oral de varias generaciones en el que decimos a los niños y niñas, cuando hablamos de cariño, cuánto los queremos, lo máximo es “fins la campaneta del cel i un pam més” (hasta la campanita del cielo y un palmo más) que, jugando, puede ampliarse con toda suerte de variaciones que van añadiendo las niñas y los niños, por ejemplo “i anar i tornar” ( e ir y volver). Porque hablamos de un amor infinito, que no puede medirse. Por eso el juego se estira y se estira, entre risas y abrazos.
Es exactamente la otra cara de la moneda de todas aquellas personas que ensucian la política mintiendo, que enturbian la opinión pública mintiendo, que siembran desesperanza cuando más falta nos hace la esperanza. Porque su “campaneta del cel”, por ejemplo, está en la luna y se puede mercadear con ella. Porque su luna (que no es suya, porque no pertenece a nadie) no es la nuestra, porque la suya está vacía de amor. Y como Paulo Freire defendía la democracia verdadera, la educación transformadora, necesitan amor.s
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