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Cuando yo todavía era una estudiante de bachillerato, Soledad Bravo cantaba la canción que da título a este artículo, la canción demandaba un tiempo más justo para la humanidad, un tiempo lleno de vida. Las situaciones extremas como la que vivimos muestran lo peor y lo mejor de la humanidad. Un amigo muy querido, que me ha cuidado desde que lo conozco, me cuenta que su madre está ingresada porque se ha contagiado del virus. Es una señora mayor que, como muchos ancianos y ancianas, tenía problemas previos. Pero hay muchos casos como el de ella que ya han salido de la UCI, porque tenían la asistencia necesaria.

Hay una palabra que le puedo enviar como un abrazo: esperanza. También me cuenta que en otra comunidad autónoma ha muerto un amigo suyo porque, por tener más de ochenta años, no recibió la atención necesaria. He buscado las palabras que le podría decir. No las encuentro. Porque no las hay. Su edad ha significado muerte. ¿Cómo se digiere esto?. Beatriz Villarejo ha escrito  un artículo estremecedor que  defiende el derecho a la salud y a la vida de las personas mayores, el mismo que el de cualquier otro ser humano.

Eulalia Lledó nos recuerda que el personal sanitario que nos está cuidando es en un 70% femenino y que este dato se invierte si miramos quien lo dirige, un 70% masculino. Carme García nos explicaba que en el centro de los efectos de la crisis del COVID-19, se encuentran las mujeres que representan el 70% de las personas que están trabajando en tareas asistenciales diversas,  además de las sanitarias (servicios o cuidado de otras personas), y que , en algunos países el porcentaje salta al 90% .

Los efectos de la pandemia también son desiguales en relación al cierre de las escuelas según los países. La subdirectora de la Unesco, Stefania Giannini,  argumenta que el cierre de colegios va más allá de lo educativo, por ejemplo el cierre de los comedores escolares para niños y niñas que los necesitan cada día. También aquí está ocurriendo y muchas maestras están haciendo que familias recién llegadas, sin una red familiar de apoyo o en situación irregular puedan comer. Recordemos, además, que en España (con datos de 2017) la docencia en educación infantil está prácticamente feminizada, en primaria ha bajado un 45% de hombres, apenas hay un hombre maestro por cada cinco mujeres maestras.

El esfuerzo de preparar clases virtuales, de mantener ahora la escuela, recae mayoritariamente en las mujeres. Además, no todos los niños y niñas proceden del mismo contexto. En ocasiones, en muchos lugares hay que repartir los materiales casa por casa para que puedan seguir trabajando porque, mientras otros niños y niñas pueden avanzar en sus casas, para ellos y ellas es imposible. Muchos maestros y maestras están advirtiendo de esta brecha digital desde que el confinamiento comenzó, algunos y algunas se plantean no adelantar para no generar más desigualdad y que , además, no se puede pedir a niños y niñas confinados, en ocasiones en condiciones muy desfavorables, por ejemplo sin espacio, que sigan a rajatabla el horario escolar cada día, con familiares que no son ni maestros ni maestras y que, además, deben estar en casa, por ejemplo, atendiendo a otros familiares mayores o trabajando a través del ordenador.También aconsejan que, siempre que sea posible, la maestra y el maestro se pongan en contacto con sus niñas y niños para poder hablar, ofreciendo otras alternativas de aprendizaje. Sobre todos estos puntos deberemos reflexionar e investigar en el futuro.

También hay una desigualdad marcada por el género; la UNESCO considera que más del 89% de alumnos y alumnas está actualmente fuera de la escuela debido al COVID-19. Este porcentaje, nos recuerda Giannini, representa a 1.500 millones de niñas, niños y jóvenes que están inscritos en la escuela o en la universidad, incluidas casi 743 millones de niñas. 

El virus puede significar el final de su escolarización en muchos países: “Si bien muchas niñas seguirán adelante con su educación cuando se abran las puertas de la escuela, otras nunca volverán a la escuela. Las respuestas educativas deben priorizar las necesidades de las niñas adolescentes, a riesgo de retroceder 20 años en los avances en pos de la educación de las niñas”.

A esto debemos añadir el aumento de su vulnerabilidad, como demostró la epidemia del ébola en África, cuyas consecuencias ya han sido investigadas: “El cierre de las escuelas produjo un aumento en la vulnerabilidad de las niñas al abuso físico y sexual, tanto por parte de sus pares como de hombres mayores, dado que a menudo las niñas se encontraban solas en sus hogares, sin supervisión. También se informaron varios casos de sexo transaccional, dado que las niñas vulnerables y sus familias luchaban para cubrir sus necesidades básicas. Debido al fallecimiento de los sostenes de familia y a la destrucción de los medios de vida, muchas familias optaron por casar a sus hijas, esperando equivocadamente protegerlas”.

Hay otras personas  ocultas como las que visibiliza Ana Toledo , millones de mujeres en situación de trata con fines de explotación sexual, cuando evidencia “Según el Parlamento Europeo, unos 40 millones de personas en el mundo son víctimas de trata, un 80% son niñas y mujeres de entre 13 y 25 años de edad. España, según datos de las Naciones Unidas, sería el primer país europeo de tránsito y destino de mujeres con fines de explotación sexual. También ocupa el primer lugar en el consumo de esclavitud sexual, un 39%”. En su artículo subraya la vulnerabilidad y el peligro que implica que estén confinadas con sus proxenetas o que hayan sido expulsadas de los locales en los que trabajaban y ahora tengan que trabajar en la calle. La presidenta de APRAM (Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención a la Mujer Prostituida), ha expuesto que la mayoría de ellas van a contagiarse y ni siquiera van a saber qué tienen. Son seres humanos. No objetos.

La pandemia también ha afectado a las mujeres que van a parir cuando se prohíbe la entrada al parto a los padres u otras personas elegidas por la mujer para acompañarla, las matronas argumentan que la situación de emergencia sanitaria actual «no puede servir para arrebatar derechos esenciales para las madres y los padres por los que tanto hemos luchado en los últimos años, máxime, cuando no existe evidencia que avale esta decisión[…] es injusto y arbitrario hacer extensiva esta práctica a los que recién aterrizan a la vida de la mano de progenitores que llevan confinados juntos más de tres semanas». Y señalan que sí que existe evidencia de que el curso de los partos «es más tórpido en la medida en que las mujeres se sienten desamparadas y violentadas».

Mientras todo esto pasa personas anónimas continúan con su trabajo. Hoy he tenido que ir a la farmacia.  Los días previos al confinamiento estuve viajando por trabajo en los mismos trenes de largo recorrido y de cercanías, pasé por las estaciones y subí en los autobuses que, poco después, vi desinfectar en los telediarios. También estuve reunida en varios colegios, con maestros y maestras y estudiantado, tres días antes del confinamiento. Nadie nos dijo otra cosa que siguiéramos con nuestro trabajo, como siempre.

Ahora llevar mascarilla me pone nerviosa, parece que en lugar de recoger un medicamento vaya a asaltar la caja de la farmacia. Pero me la pongo para recordarme que hubiera podido convertirme en una bomba humana para los/las demás.  Ese miedo a haber podido ser personas transmisoras permea a todas las personas que se han encontrado en mi situación. Lo hemos hablado y compartido. No ha sido así, pero me sigue angustiando, y por eso sigo todas las normas al salir, cuando es imprescindible como hoy, y al volver a casa. En mi farmacia (porque la sentimos nuestra) la mayoría también son mujeres, Marta, María José, Eva y Núria. Y José Luis, el primero que llegó al barrio y sembró una manera de hacer profundamente humana.

Les queremos porque se lo merecen. Siempre cuidan. Les he visto muchas veces hacer dibujos en las cajas de medicamentos para que ancianos-as que no saben leer puedan tomar sus medicinas a su hora; les he visto atender con infinita paciencia a personas mayores que no entendían cuando debían ir a renovar sus recetas… se han alegrado con las cosas buenas que nos han pasado y entristecido con las malas, durante muchísimos años. Nos conocen a todo el mundo por nuestro nombre, son más que una farmacia, mucho más. Ahora han colgado en la puerta de la farmacia el número de su teléfono, bien grande, para que cualquiera pueda consultar sus dudas cuando lo necesite y, así, evitar incertidumbres, preocupaciones, al vecindario. Siguen cuidando. Muchas gracias. Por todo.

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