Las cosas pequeñas son las que nos hacen resistir, las que nos hacen entender todavía más todo lo que implica que haya gente arriesgando su vida por nosotras y nosotros. Este texto está tejido con historias de personas queridas. Y de sueños. Esos sueños poderosos que nos acompañan en el confinamiento. El fin de semana mi hija mayor, a través de una videoconferencia, reía con nosotros a más de dos mil kilómetros. Pero está aquí siempre. Somos miles las familias en todo el mundo compartiendo este sentimiento. Al día siguiente, mientras leo, en la cocina hay ajetreo, huele muy bien, y me regalan un trozo de bizcocho muy bueno. Lleva, entre otras cosas, harina y mucho, mucho, cariño.
Hoy es un día desapacible, nublado, así que desayuno con miel de las abejas de Alberto Herrero que, además de cuidarlas, tiene tiempo para escribir y hacer documentales tan bonitos como “En el yunque de la desgracia”, en el que contó la historia de una maestra republicana, Paquita Sanchis, formada en la ILE, naturista, feminista y librepensadora. Luego me encuentro con un artículo precioso de Luis García Montero, que Beatriz nos ha regalado y que nos recuerda que “quien desprecia el valor de los mayores se queda en poco tiempo sin futuro”.
Siempre me ha gustado callejear. Echo de menos las plazas llenas de gente mayor y de niños y niñas, al sol, disfrutando de ese tiempo, regándolo de risas, de voces. Las conferencias en las que, siempre, en primera fila había un grupo de señoras mayores que no se perdían una. Las obras de construcción de cierta importancia, siempre rodeadas de señores mayores, opinando, detenidos en su paseo. Forman parte de nuestra vida. Dicen que los lugares sin niñas y niños son tristes. Sin ancianas y sin ancianos, también. Su derecho a vivir no es negociable. Durante este confinamiento estamos escuchando auténticas barbaridades que parecen salidas de mentes defensoras de la eugenesia, no de la vida humana. Blas Ortuño escribe,: “Y desde el frente piensas que podríamos dejar morir en casa a quien no contribuye a la sanidad, a quien roba las arcas públicas, a quien rompe el confinamiento, a quien recortó presupuestos, a quien nos convenció de que estábamos preparados para todo esto. No dejan de ser ocurrencias que nos desvían de nuestra humanidad y que hacen verdugos a quienes no pidieron serlo.” Emociona ver al personal sanitarios aplaudiendo a personas octogenarias y nonagenarias saliendo de la UCI, volviendo a su casa. Eso les da coraje para continuar en primera línea, porque no dejan a nadie detrás. Les dignifica como profesionales y como seres humanos.
Patricia escribió hace nada un relato delicado y lúcido, en el que vindica que ahora es tiempo de cuidado y que lo que hace falta es afecto y sentido cívico. Dedicado a su abuela, me lo regala y quiero compartirlo porque nos anima a aguardar a que florezcan otra vez las calles y, a ella, dice, las flores de la hierba de los tejados que ve desde su ventana. ¿Qué estamos viendo desde donde ahora estamos? Soy afortunada. Veo de lejos el mar. Y sueño con andar por la orilla, oliéndolo, resulta que el olor a mar tiene nombre, maresía, toda la vida viviendo a su lado y sin saberlo. La primavera es preciosa porque la playa todavía no está tomada por hormigueros de sombrillas y chiringuitos con música estridente. Ahora estará preciosa. Me la imagino y también que mis pies se hunden en la arena, el sonido de las olas rompiendo y los graznidos de las gaviotas. El horizonte que sigue más allá de donde se creía que el mundo acababa y los barcos se caían. Esos barcos que al verlos zarpar a alta mar hacen que imagines a dónde irán, inventando historias. Todo el mundo soñamos ahora con esos sitios donde nos gustaría estar y que, cada vez más pronto porque avanzamos en el tiempo, esperamos poder disfrutar, pero esta vez valorándolos mucho más porque hemos vivido su ausencia. Mi perra cada vez que me ve calzarme se emociona pensando que vamos a ir a andar por la montaña. Eso no pasa, pero tampoco se resigna a olvidar su senda favorita, llena de olores, de colores, de sitios donde trepar y saltar. El deseo es poderoso. Los paisajes sentimentales también.
Hay cosas pequeñas como abrir un correo, leer un artículo de los que nos llegan a través de las redes que también abren espacios para reflexiones que deberemos ampliar en el futuro con más lecturas, informándonos en profundidad, porque en estos espacios la pandemia también nos regala el peor rostro de la deshumanización, el de aquellos países cuyos gobiernos no cuidan a quien llega al hospital sin recursos económicos o recluyen a los/las homeless en parkings como si fueran objetos y no seres humanos, aprovechando las marcas de pintura de las zonas de aparcamiento para separarlos, sin ni tan siquiera un techo que los proteja; ese es el neoliberalismo más voraz, más atroz, que muchos de nuestros políticos mostraban como ejemplo a seguir años atrás.
No, no queremos ser como esos países. No queremos un deterioro brutal de los derechos humanos, de los derechos civiles, para que una minoría sea cada vez más obscenamente rica, más poderosa. Repugnan en nuestro contexto los políticos que utilizan el poder para adaptarse como camaleones a las circunstancias actuales sacando rédito personal, los que no suman, los que dividen, los que enturbian, los que muestran un cinismo que nos avergüenza cuando exigen responsabilidades políticas por los colapsos en los hospitales, pero silencian y olvidan que fueron sus partidos los que desmantelaron la sanidad pública (y de paso la educación pública), los que recortaron hasta la asfixia la sanidad pública, los que privatizaron. Pero la ciudadanía no olvidamos, recordamos. Y habrá que exigir responsabilidades a quien corresponda cuando esto acabe, cuando tanto dolor, tanta enfermedad y tanta muerte puedan ser digeridas. También debemos reflexionar sobre lo que hacen algunas empresas y algunos bancos poderosos, que ya tiene un nombre filantrocapitalismo, porque ya se identifica con nuevas formas de gobernar.
¿Por qué debemos aplaudir, como me solicitaron por washapp, a empresas que han hecho grandes donativos pero que, a la vez, han presentado ERTES que vamos a pagar entre todos y todas y que multiplican hasta el escándalo el importe de sus donaciones?. ¿Tendrán beneficios fiscales estas donaciones?. ¿Qué ocurre con todo el dinero que se evade a paraísos fiscales y que hubiera podido financiar la necesaria investigación y prevención de la pandemia, que ya habían anunciado investigadores e investigadoras, ahora lo sabemos, con años de antelación?.
Sí, debemos aplaudir , de nuevo, cada día, pero a las personas que no piden nada a cambio, a los hombres y mujeres que ejercen la medicina desde el compromiso, al personal sanitario, al persona farmacéutico, al personal de limpieza, de alimentación, a los/las buenos periodistas que informan con transparencia y no manipulan la opinión pública…, a todas aquellas personas anónimas que no esperan, por hacerlo, beneficios fiscales, ni tributarios, ni nada de nada, y que solamente hacen su trabajo desde una profunda responsabilidad cívica. Estos hombres y mujeres son los que muestran la mejor cara de lo que somos, seres humanos. Sus condiciones de trabajo ahora, en muchos casos, tampoco son las mejores y les provocan sufrimiento. Hay que visibilizarlo.
Una de mis amigas en una ciudad del sur, hace unos días me escribió “el coronavirus me ha pillado en no sé qué esquina malosa”, y lo ha vencido. Otra amiga, esta vez en una ciudad valenciana, lo está peleando con la valentía y la persistencia que la caracterizan. A ellas porque son personas muy queridas y, también, a todas las personas que están ahora echando un pulso con el virus, va dedicado este artículo. Ya hemos pasado veinte días, el final de esta pesadilla está cada vez más cerca, no importa lo que falte. Como hace un tiempo escribió José Manuel en angelfieramentehumano , cuando la pandemia no existía, sabemos hacia dónde vamos: “Es hora de proclamarnos agentes de la aurora como lo hicimos al cumplir los veinte años, porque la vida nos exige no complacernos en nuestra narración. Y salir a la calle a mover la mañana con extrema decencia. Cuidaos. Vamos allá. La vida nos espera”. Y por eso, para conseguir volver a salir a la calle, por todo lo que significará, sin ningún límite, para nosotros y nosotras, para todas las personas, hoy, como cada día desde hace veinte, debemos quedarnos en casa. Para así, más adelante, podernos abrazar.
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