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La pandemia del COVID19 tendrá su propia historia. Ahora muchos de nosotros poseemos un trozo de una verdad que algún día podremos, en la distancia, soportar explicarla.

Es tiempo de poner a cada uno en su sitio. En mi trabajo, llamado servicio esencial, he comprobado cómo aquellos (muy pocos) que nunca han hecho nada por los demás se han borrado. Otros, que siempre han priorizado el servicio público (la mayoría), siguen trabajando como siempre han hecho. Y por último, muchos de aquellos que consideraba anodinos me han sorprendido por su entereza y entrega en estos momentos.

A los servicios esenciales se nos han negado los test del virus mientras veíamos en redes y en prensa que a poderosos, políticos y famosos (no esenciales, por supuesto) les habían hecho el test del coronavirus. Ese es un trozo de la verdad.

Otro trozo está en los ojos. Puedes ver claramente en los ojos sobre las máscaras quirúrgicas de otros y otras esenciales. Sobre todo, en las personas que se ocupan de la sanidad. Esos ojos brillantes, enrojecidos, encharcados, no los olvidaré jamás.

Desde el frente dejas de pensar en la posibilidad de infectarte y pasas a temer que puedas llevarlo a tu casa al volver. Veía llorar a una mujer del servicio de limpieza teniendo que hacer frente a ese problema que no sufrían las personas confinadas. Es también su trozo de verdad.

Luego sabes de las instrucciones para dejar morir en casa a las personas mayores porque les quedan objetivamente menos años de vida. Y desde el frente piensas que podríamos dejar morir en casa a quien no contribuye a la sanidad, a quien roba las arcas públicas, a quien rompe el confinamiento, a quien recortó presupuestos, a quien nos convenció de que estábamos preparados para todo esto. No dejan de ser ocurrencias que nos desvían de nuestra humanidad y que hacen verdugos a quienes no pidieron serlo.

Mientras en el frente cada vez quedamos menos personal esencial, hay personas que rompen el confinamiento de forma insolidaria e irresponsable. No piensan que cada día que pasa quedan menos servicios esenciales y que sus actos hacen que la situación se alargue más porque propician nuevos contagios. Cuando les preguntas sobre sus motivos de nuevo miras a sus ojos e inusualmente parecen que se rebelan a sus dueños y responden de forma sincera. Al igual que los niños cuando les enganchas en una travesura. Ellos también tendrán su trozo de verdad en esta terrible historia.

En la trinchera, y cuando la noche cae, piensas en esas personas que ceden material sanitario o de limpieza para llevar al frente, en las que hacen en casa mascarillas y batas y las entregan con ilusión, en las que llevan comida a quienes no pueden salir a comprar, en las personas que se arriesgan por otras personas que desconocen. En las que se quedan en casa porque saben que es lo correcto. Y son esos ojos solidarios los que ahora veo a diario porque son los que necesito ver. Ojos que agradecen lo que haces, de reconocimiento y de apoyo.

Por eso ahora también vamos a las casas de los niños y niñas que cumplen años y les felicitamos a ellos y ellas por ser tan valientes. Seguro que sus ojos serán en un futuro los que nos reconfortarán en momentos como estos. Y también, afortunadamente, tendrán su trozo de verdad.

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