Era un alumno de la misma clase. Perseguía a tres chicas a todas partes. Se lo encontraban escondido en el pasillo de los baños, en los pasillos más estrechos de la biblioteca, en cualquier lugar de la universidad. El baño de chicas era el único sitio donde no entraba.
Un día, mientras estaban en clase, pintó desnuda en su libreta a una de las alumnas perseguidas, de manera que todo el alumnado y el profesor lo pudieran ver. Otro día, también en clase, empezó a pelar una manzana con una navaja no reglamentaria mientras miraba desafiante a una de las alumnas que perseguía.
Las alumnas que sufrían este acoso encontraron muchas dificultades para hacer frente a la situación. Cuando se dieron cuenta de lo que estaba pasando y se decidieron a contarlo a familiares y amigos, estos pusieron en duda sus miedos. Además, la alumnas acosadas no sabían a dónde podían acudir para solicitar información y ayuda en la universidad. Cada vez veían menos sentido a seguir estudiando el máster que estaban cursando, aunque lo habían empezado con muchísima ilusión.
Lo más difícil fue la falta de apoyo. Sabían que había más personas que sentían miedo. Algunas se organizaban para ir juntas tanto en los descansos como en el camino hacia el metro. Sin embargo, cuando decidieron hacer pública la situación de acoso que sufrían, las profesoras que vivían atemorizadas no solo no lo apoyaron sino que presionaron para que no saliera a la luz. Cuando buscaron el apoyo del alumnado, tampoco consiguieron que se solidarizara. Incluso hubo un profesor que se dedicó a desprestigiar, humillar y poner malas notas a las alumnas que se atrevieron a hacer pública la situación de acoso. También había personas en cargos de poder que pudieron haber parado esa situación, pero no lo hicieron. Eran hombres y mujeres que alimentaban la situación de acoso.
Era tal el malestar que sufrían estas alumnas por el acoso y la falta de apoyo, que un día de clase una de las alumnas acosadas tuvo que pedir ayuda porque no se sostenía en pie.
Fue clave la aportación de un profesor del máster. Se percató del malestar de las alumnas y les proporcionó la información que necesitaban, a la vez que se ofreció para ayudarlas en lo que fuera necesario. Las alumnas acosadas pudieron sentir que su problema era totalmente real y que por fin tenían a una persona que las apoyara en la universidad. Es así como pudieron contactar con la Red solidaria de víctimas de violencia de género en la universidad, quienes mostraron su apoyo, solidaridad y respeto a las decisiones de las víctimas, que pasaron así a ser supervivientes.
En este caso, que analizan Mar Joanpere y Teresa Morlá en el artículo “Nuevas Masculinidades Alternativas, la lucha con y por el Feminismo en el Contexto Universitario” publicado en 2019 en la revista Masculinidades y cambio social, se pueden identificar tres tipos de hombres: los que acosan y se posicionan con el acosador, los que no hacen nada ante el acoso, y los que se alían para hacer frente al acoso. Esta distinción se corresponde con los tres tipos que se definen desde la perspectiva de las nuevas masculinidades alternativas: la tradicional opresora, la tradicional oprimida y la alternativa.
Eso que se dice tanto, eso de “todos los hombres son iguales”, no se corresponde con la realidad y, además, alienta roles perjudiciales. Es un lema que no ayuda a erradicar la violencia. Lo que es transformador es visibilizar las nuevas masculinidades alternativas y hacer que las tradicionales tengan cada vez menos espacio.
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