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En primero de carrera José aceptó la invitación de uno de los reconocidos profesores de la carrera para tomar un café, hacerse amigos y hablar de los temas de la carrera. ¡Qué suerte poder hablar directamente con un investigador, con alguien que publicaba libros!, pensaba. Al café le sucedieron comidas, hacer deporte, los temas sociológicos, sin darse cuenta se incluían temas personales. El profesor se presentaba como alguien liberal, que tenía mujer e hijos, pero también amantes chicas, como algo normal dentro de su tren de vida.

Nunca habló de su bisexualidad, de la que José se dio cuenta el día que el profesor, como se dice comúnmente, le metió mano. José se quitó la mano de encima, y le pareció que el profesor bajó la cabeza avergonzado y se apartó pidiendo disculpas con la boca pequeña. José no salía de su asombro y se fue a casa dándole vueltas a cómo había llegado a esa situación…, qué había hecho él para que el otro actuara así… Su preocupación hizo que aprovechara la siguiente vez que quedaron para preguntarle al profesor qué significaba para él todo eso, incluido el incidente, a fin de aclarar las cosas y cualquier posible malentendido.

El profesor reaccionó de forma inesperadamente inmadura y ambigua, «tendrá el significado que tú quieras darle…». José se fue aún más preocupado que la primera vez. Ya decidió que sería la última vez que quedaría con esa persona. Pensó que denunciar sería infructuoso, desconocía qué haría la Policía, si reírse, quitarle importancia…, y qué pasaría el resto de la carrera. Lo comentó con algunos de sus amigos, con su familia, el consejo común fue «trata de evitarlo».

Y eso hizo las veces que por casualidad se encontraban en la facultad. Hasta que en tercero de carrera, en que lo volvió a tener en una asignatura obligatoria, mantuvo el contacto formal mínimo para seguir la materia, aunque dejó de ir a clase, sin renunciar a la evaluación, por una indirecta que le pareció que el profesor le lanzó un día en el aula. Terminó la carrera, evitando al profesor, rehuyendo la vez que le propuso quedar para tomar café, e intentando pensar en otras cosas.

Pero inevitablemente, y sea porque el mundo universitario es pequeño, cuando quiso hacer el doctorado, volvió a tener al profesor en una asignatura sobre Proyectos de investigación. En una dinámica de revisión por pares le asignó la revisión de un trabajo relativista sobre las relaciones entre adultos y menores de edad que legitimaba o normalizaba la pederastia. Cada vez se daba más cuenta de que estaba ante alguien retorcido, manipulador, e igual enfermo.

José aprovechó su interés por las migraciones para seguir un doctorado sobre migraciones en otra universidad en un lugar distinto del país. Sea porque el mundo universitario es pequeño, en la otra punta del país, el director de tesis que cogió tuvo en el tribunal de cátedra al profesor que le había acosado. La imagen que tenían sus colegas de él y que él debía proyectar era esa, la de una persona liberal, y polémica por su concepción de ser liberal.

José sólo le pidió a su director de tesis que por motivos personales no le invitara al tribunal de su tesis, y el director accedió. En ese momento José ya estaba trabajando de profesor asociado, dando sus primeras clases al tiempo que iba terminando su tesis.

Por todo eso, cuando José supo que había habido otras víctimas, y que la policía estaba recabando testimonios para presentar una denuncia, pensó que era lo mínimo que podía hacer, ya que no hacerlo en su momento seguramente había contribuido a que ese profesor hubiera acosado a sus anchas a muchos/as otros/as alumnos/as. 

En ese momento empezó a conocer la dimensión de la tragedia del acoso sexual en la Universidad. Víctimas confundidas y abrumadas, profesores/as que conocen el tema y miran hacia otro lado o que vuelven a casa después del trabajo como si nada, una institución para quien el problema son las víctimas y los/as que las defienden y no el acoso y los acosadores… 

Aun así, el prejuicio que el profesor acosador le había causado a José quedó pequeño ante las reacciones desproporcionadas, el ataque directo, y el mobbing frío, calculado y encubierto que un compañero de departamento, con el que parecía mantener amistad, empezó a hacerle desde el momento en qué José le dijo que iba a denunciar al profesor que le acosó en primero de carrera. 

Los ataques los justificaba delante de José y delante del resto del departamento en base a quejas de alumnos/as sobre la docencia de éste. Lo que nunca decía ni nunca explicaba era qué alumnos/as eran, cómo conseguía la información y qué relación tenía con éstos/as. Durante varios años repetía como un mantra que José no se explicaba bien, que no se le entendía cuando explicaba, que no dominaba el contenido de las asignaturas, que se ponía a la defensiva cuando los/as alumnos/as le preguntaban en clase. Clases en las que él no estaba.

En el momento de una plaza de promoción con la que José tenía su primera oportunidad en 10 años de estabilizarse pasando de asociado a ayudante doctor, manifestó que consideraba que se estaba promocionando a la persona equivocada, que José no sería capaz de cumplir con las tareas y requisitos de las acreditaciones. Intentó poner un perfil de plaza que no favorecía a José y movió la impugnación del tribunal de la misma.

Para encontrarle una explicación, José considera que posiblemente su compañero se sintió cuestionado e igual debió de ver su carrera en peligro, porque aprovechaba su posición y su aureola de profesor para quedar con alumnas, mantener citas y buscar novia o pareja entre estas. Nunca reconoció que había una posición de poder mediando esa relación; aducía que ambos, profesor y alumna, eran personas adultas decidiendo libremente. 

Sea porque el mundo es un pañuelo, un amigo de la madre de José estuvo ocupando importantes puestos de gestión relacionados con la Educación, primero en la universidad y más tarde en el gobierno. Inexplicablemente, no sólo no hizo nada en contra del profesor acosador, sino que atacó a profesores que se posicionaron contra el mismo y contra el acoso sexual en la universidad, encubriendo a otros profesores de los que se sabía habían acosado a alumnas. 

Realmente, cada caso que sale a la luz, cada página que escribimos, desvela la magnitud de la tragedia. Se trata de una institución que en sus posiciones de poder tiene personas que o bien son acosadoras, o bien encubren a acosadores, o bien en lugar de aprovechar su posición para generar o construir un espacio de libertad, verdad y equidad, muestran inacción y contribuyen que el acoso sexual y los abusos de poder se reproduzcan y permanezcan. Es una institución que, en lugar de buscar la verdad, de apoyar y proteger a las víctimas, da oxígeno a bulos, da alas a subterfugios, y permite que se ataque y revictimice a las víctimas y a todas las personas que les apoyen o denuncien y se posicionen en contra del acoso sexual en la universidad. Tanto acosadores como encubridores se sienten atacados y cuestionados cuando la verdad sale a la luz. Entonces se ve una gestión pobre y se desvela el corporativismo de una institución que permite el acoso sexual.

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