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La madrugada de miércoles a jueves de la semana pasada, en la acampada de Plaça Universitat, hubo presuntamente una agresión sexual a una chica que formaba parte de la misma, por parte de un presunto agresor que presuntamente también formaba parte del movimiento.

A pesar de las especulaciones de los medios, por parte de la organización se han condenado los hechos ocurridos, aunque no ha clarificado si el presunto agresor formaba o no parte de la acampada. Como es habitual en estos casos, quien ha abandonado el espacio es la presunta víctima, mientras que sus compañeros y compañeras sitúan como causa que las calles son muy peligrosas, no solo por temas de represión. 

Más allá del riesgo o la vulnerabilidad que supone dormir en la calle, cabe un debate profundo sobre la presencia o la tolerancia de personas presuntamente agresoras en estos espacios y el silencio del entorno. Como es sabido, para que exista un agresor tiene que haber muchos y muchas que callan, favoreciendo así que cometa la agresión; es así como desde sus inicios se ha construido y consolidado el machismo que hoy, aún, sigue presente en muchas organizaciones y colectivos que dicen rechazarlo.

No se trata solo de condenar los hechos una vez han sucedido, sino de crear espacios y entornos seguros, que rechacen cualquier tipo de violencia y no la silencien nunca. A mayor transparencia, más radicalidad.

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