J encontró riendo a carcajadas a tres profesores y una profesora. Trataron de ir cambiando de conversación, pero pudo todavía escuchar algunos detalles. Ella explicaba la situación que había podido escuchar entre otro profesor y una alumna sin que la vieran. Estaban en una revisión de un examen, la alumna protestaba por la nota hasta que se quedó muy callada cuando el docente le dijo de forma insinuante que había otras formas de subir la nota. Esos comentarios jocosos y “divertidos” sobre los acosos sexuales observados por sus colegas eran muy frecuentes en los despachos y los pasillos de esas universidades.

J les dijo que eso había que denunciarlo y que ya se sabía que ese profesor había tenido muchas veces ese mismo comportamiento. Obtuvo solo negativas muy contundentes y algunas descalificaciones hacia la chica diciendo que ya era mayor de edad y que si ella lo aguantaba no se podía hacer nada. J insistió y dijo que entonces lo denunciaría él; la profesora le advirtió que no se le ocurriera usar nada de la información que ella había dado y que, si lo hacía, ella diría que estaba mintiendo. El citado profesor siguió acosando hasta su jubilación sin que nunca recibiera ninguna denuncia.

Cuando ya comenzó a haber denuncias de un catedrático del mismo departamento, esta profesora fue una de las aliadas más activas y más entregadas a difundir todas las peores mentiras sobre las víctimas y sobre el poco profesorado que las apoyaba. Era y es una persona sin ningún currículum científico pero esa actividad en contra de las víctimas la llevó a ser muy valorada por las autoridades de su universidad, incluso por un profesor que hasta entonces había dicho que era una mediocre.

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