La noticia sobre el acoso de Plácido Domingo está dejando una larga secuela de comentarios en prensa y en la calle que desde el feminismo y las nuevas masculinidades es necesario debatir. El debate social se alimenta de opiniones que, sin embargo, a veces, carecen de sostén por parte de las evidencias científicas e inconscientemente terminan desfavoreciendo la lucha que se pretendía impulsar.
A raíz del caso de Plácido se ha comentado que son pocos los hombres que se salvan de no haber cometido agresiones sexuales contra mujeres. Afirmaciones que, además de falsas, tienen nefastas consecuencias para la lucha contra la violencia sexual. Sabemos, gracias a las investigaciones, que hay tres tipos de masculinidades. La Masculinidad Tradicional Dominante (MTD) es aquella que perpetra este tipo de actos contra las mujeres. Las Masculinidades Tradicionales Oprimidas (MTO) son aquellas que, aunque no cometen agresiones, son cómplices silenciosas de las dominantes. Y finalmente, existen los hombres igualitarios que no toleran este tipo de comportamientos, no los cometen y se posicionan junto a las víctimas, son las nuevas masculinidades alternativas (NAM).
El gran problema del mensaje que dice que “todos los hombres somos potencialmente agresores” es que genera una guerra de sexos que desalienta a los hombres a jugar un papel de apoyo a las víctimas. Cuando se posiciona al hombre como enemigo de la mujer, muchos hombres se sienten rechazados por el hecho de ser hombres y reniegan de proclamarse feministas o aliados, puesto que sienten que ese feminismo que los acusa no se ajusta a la realidad que ellos conocen, la de que él y muchos otros conocidos no agreden a las mujeres. Todo esto termina en la desvalorización del feminismo por parte de ellos y el comienzo de una lucha de sexos donde quien pierde es el feminismo y sobre todo las víctimas.
Sin embargo, reconocer la realidad de la masculinidad con los matices que hemos comentado, posibilita a los hombres igualitarios y valientes reconocerse orgullosos como hombres aliados o feministas. Pero también es una llamada a la transformación de otros hacia masculinidades más justas, equitativas y valientes, donde puedan sentirse orgullosos de ser hombres. Es una llamada a ser una versión mejorada de nosotros mismos abandonando la complicidad con esos hombres violentos y dominantes. Descubriendo que estos hombres que agreden a mujeres son, en gran manera, los mismos que nos increpan llamándonos nenazas por no actuar bajo sus parámetros de masculinidad. Descubriendo a su vez, que existen mujeres cómplices de los acosadores, lo que evidencia que la guerra entre sexos es contraproducente y carente de sentido común.
No lo dudemos, los hombres que deseamos el fin de la violencia machista somos marea.
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