
Solo una alumna criticó públicamente a las víctimas que denunciaron el acoso de un compañero que acudía a clase con un cuchillo de grandes dimensiones y aparecía con él en el lavabo de chicas, justo cuando ellas entraban. Cuando quienes sufrían sus actuaciones consiguieron montar todas las piezas del puzle sobre el acoso sexual persistente en la universidad y poner palabras al maltrato que estaban sufriendo, decidieron mandar un correo informativo a todo el grupo clase.
En el correo se explicaba la situación en voz de las víctimas, quienes reclamaban solidaridad al grupo así como una solución conjunta de rechazo al acoso. También se transmitía un mensaje de defraude por parte de la coordinación del máster que, teniendo toda la información, no había hecho nada para proteger a las víctimas ni para evitar el acoso.
Casi nadie respondió. Una alumna se excusó de no poder reunirse con nosotras por falta de tiempo y continuó el silencio. Hasta que, seis días más tarde, una de las compañeras de clase abrió el mail y, diciendo que era técnica en políticas de igualdad, pidió a las víctimas una mayor objetividad y conciencia “del daño que puede hacer una interpretación de unos hechos de una gravedad relativa” al agresor, cuestionando todo lo expuesto por parte de las víctimas y apelando únicamente al daño que la repercusión de nuestras denuncias podría hacer al agresor.
Nadie respondió, únicamente un compañero de clase puso en duda las palabras de la técnica de políticas de igualdad, solidarizándose con las víctimas.
Los hechos ocurridos evidencian una vez más que el nombre de los cargos no define el mayor o menor grado de feminismo de las personas. Una persona que, ocupando un cargo de responsabilidad en la materia no solo no se posicionó con las víctimas sino públicamente en su contra, no es por desgracia un caso aislado en la universidad. Se autodefinía como con mucha formación y experiencia en temas de género, pero ni siquiera conocía que existía la primera revista científica del mundo en violencia machista “Violence Against Women”. Carecía de las dos condiciones que debe tener una profesional de igualdad: conocimiento de las evidencias científicas y actitud de apoyo a las víctimas frente a los agresores. Ni el cargo ni el género de la persona definen el grado de compromiso social con el feminismo. En este caso, de las tres únicas respuestas recibidas, la única que fue en solidaridad y apoyo a las víctimas fue la del compañero.
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