El gran sociólogo de las emociones, Jon Elster, señala que el objetivo del envidioso es destruir a quien posee lo que envidia. El profesor había triunfado muy joven en un ambiente universitario muy feudal que alababa sus libros y se sometía a acercamientos machistas cutres. Cuando vino por primera vez a Barcelona el autor más importante del mundo en su disciplina, el profesor ganó la lucha por presentarlo en el acto académico y creyó que así lograría por fin dar un salto a un reconocimiento internacional. Después ese autor no quiso saber nunca nada más del profesor, ni de los otros que habían participado en esa lucha tan contraria a los valores que aportaba su teoría, y prefirió estar ya siempre con personas de otro grupo de investigación.
La envidia creció al mismo ritmo que el prestigio internacional de las personas de este grupo que tenían todo lo que él deseaba: éxito científico, impacto político y social y apoyo del feminismo internacional y, en general, de las personas, grupos e instituciones que actúan contra el acoso sexual. También dice Elster que el envidioso puede contarse una historia según la cual la persona envidiada ha obtenido lo que tiene con medios ilegítimos e inmorales. Pero incluso eso lo tenía mal el profesor porque todo el mundo sabía que ese grupo destacaba internacionalmente por lo bien que cumplía en su práctica cotidiana con todos los criterios no sexistas, no racistas, de transparencia, de no corrupción. Durante años, lo pasó mal viendo que personas más nuevas en la universidad tenían más éxito profesional y personal que él.
Cuando en 2003 ese grupo rompió el silencio sobre la violencia de género en la universidad y el lobby de acosadores sexuales se organizó para intentar destruirlo, el profesor vio la oportunidad para desatar toda su ira y dedicar a intentar destruir a estas personas las energías que pudiera haber usado para mejorar su nivel científico. Se empleó desde entonces con intensidad a difundir las mentiras alucinantes fabricadas por parte del lobby y a aprovechar toda su influencia, por haber tenido cargos importantes en la universidad, para intentar destruir a ese grupo. Aunque ha hecho mucho mal a esas personas y a sus familias, no ha logrado sus objetivos; al contrario, el prestigio de esas personas no ha parado de crecer. Como dice también Elster, poniendo el ejemplo de Otelo, los celosos perjudican a quienes reciben su ira, pero también a ellos mismos, no hacen una elección racional. Con sus ataques, el profesor se ha alejado mucho más todavía de lo que deseaba cuando era un joven feudal.
PhD de la Universidad de Wisconsin-Madison
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