Dos mujeres “profanaron” el templo Sabarimala desafiando la prohibición de que entraran en él. Ubicado en el Estado indio de Kerala, irrumpieron en su interior el pasado día 2 de enero. Una de ellas era Bindu Ammini, profesora de Universidad, la otra, Kanaka Durga, empleada de la Administración pública. Durante siglos, el santuario ha estado vedado a las mujeres de entre 10 y 50 años, es decir, en edad de menstruar. Aberración masculina tan extendida en determinadas culturas como inexplicable, dado que reniegan así de los cuerpos que los traen al mundo.

El Tribunal Supremo de India anuló la prohibición en septiembre, un paso hacia adelante que choca con la fuerza de la religión hindú. El arcaísmo obnubilando las mentes no solo de hombres sino también de mujeres, ilustrando estas la ancestral dominación masculina que convierte a las dominadas en fieles acólitas. En propia carne lo está sufriendo Kanaka Durga, ahora repudiada por su propia familia. Mientras que una paliza por parte de su suegra la llevó al hospital, sufre además el rechazo de su marido y la imposibilidad de ver a sus dos hijos.

Mejor suerte ha corrido Bindu Ammini, cuya conducta ha sido bien valorada por parientes y amistades. Ambas, al igual que anteriormente hicieron las sufragistas occidentales, han abierto camino arriesgando su bienestar. Después de su acción, más de cincuenta mujeres las han imitado. Los fanáticos del hinduismo, los machistas conspicuos deberán ir sometiéndose a la Ley, la dictada por el Tribunal Supremo de su país. Kanaka Durga está pagando cara su valentía. Como las feministas pioneras de nuestra sociedad, merece y merecerá la gratitud de las mujeres hindúes que en el futuro vivirán más libremente.

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