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En una fotografía de 2009, la neuróloga Rita Levi-Montalcini aparece a la edad de 100 años con un espléndido cabello blanco, una cara surcada de conspicuas arrugas, una sonrisa encantadora y unos ojos de mirada tan inteligente como vivaz. Así fue su vida, marcada por el talento y el vigor hasta su fallecimiento en 2012, a los 103 años.

Rita Levi-Montalcini. Wikipedia

Su contribución a la ciencia fue reconocida al recibir en 1986 el Premio Nobel de Fisiología y Medicina, compartido con el bioquímico estadounidense Stanley Cohen. Ella contaba 77 años y él 64; ella era italiana de familia sefardí, el estadounidense. Levi-Montalcini fue premiada por el descubrimiento del factor de crecimiento nervioso; Cohen por demostrar que este factor era una cadena poli peptídica. El bioquímico no tuvo problemas para estudiar, a la neuróloga no le fue fácil. Como en tantas otras ocasiones para tantas mujeres de su época, al esfuerzo de estudiar había que añadir el de vencer las dificultades que la cosmovisión social presentaba, con su propio padre en la vanguardia. Contraviniendo la negativa paterna de que siguiera estudios universitarios, en 1930 se matriculó en la Facultad de Medicina de Turín.

Trabajó para pagarse los estudios, más tarde tuvo que esquivar el fascismo, luego, en 1946, su horizonte profesional se abrió espléndido al ser invitada por la Universidad Washington en St. Louis. En Estados Unidos investigó a lo largo de treinta años, y cuando de nuevo se instaló en Italia, ejerció como docente en Roma compaginando su trabajo en St. Louis.

Murió en Roma por un paro cardiorrespiratorio a una edad muy avanzada, infrecuentemente avanzada aunque ya hubiera entrado en el siglo XXI.  El descubrimiento por el cual mereció el Premio Nobel demuestra que las células se reproducen al recibir una orden transmitida por los factores de crecimiento. No cabe duda de que sus células se reprodujeron con notable firmeza. Quizás, ingenuamente hablando, como un reconocimiento por sus avances científicos.

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