El siglo XVII, también denominado Siglo de Oro, se caracteriza por ser un periodo rico en todas las artes; si hablamos de literatura, supuso un cambio estético de gran calado y se produjo una eclosión de obras, no solo por la cantidad, sino también por la calidad.
En el caso de la dramaturgia, apenas seríamos capaces de nombrar alguna mujer; sin embargo, podemos destacar a María de Zayas y Sotomayor, Ana Caro, Leonor de la Cueva, Ángela Acevedo y, en especial, a la dramaturga Feliciana Enríquez de Guzmán.
Según Teresa Ferrer, las obras “revelan una voluntad por parte de sus autoras de convertirlas en vehículos de expresión de sus opiniones sobre determinados temas que afectaban a la mujer, contestándolos o reinterpretándolos desde su propia óptica. La castidad, el honor, el amor y el matrimonio o la amistad entre mujeres son temas centrales en estas obras.”
Las dramaturgas respetan las convenciones de género pero utilizan sus obras literarias para pronunciarse sobre cuestiones que afectan a las mujeres: derecho a elegir marido, las virtudes femeninas frente a los tópicos, crítica del comportamiento de los hombres hacia las mujeres, o modelos femeninos nuevos, que incluyen el derecho a la cultura.
La mayor parte de las veces, como era tópico en la comedia, la conclusión es el matrimonio, lo que podría hacernos creer que se acepta el sistema patriarcal; esto no es del todo cierto, ya que por medio del desarrollo de la acción se cuestionan algunos de sus aspectos y se señalan en parte sus debilidades y contradicciones para las mujeres.
Entre las obras de Ana Caro destaca Valor, agravio y mujeres, una interesante pieza textual en la que toma como punto de partida las convenciones sociales de la época para reflexionar sobre el tema del honor a partir de una perspectiva eminentemente femenina. En el caso de esta autora la documentación demuestra que cobró por escribir piezas de encargo y otras que fueron representadas, aunque solo algunas se han conservado.
Asimismo, destaca Feliciana por la valía de sus textos. Domina materias que en su tiempo estaban vetadas a la mujer; demuestra que es tan buena como sus compañeros dramaturgos y, quizá lo más importante, abre el camino para que otras dramaturgas tengan su espacio y sean reconocidas y consagradas como autoras teatrales en un mundo predominantemente de hombres.
Por lo tanto, se trata de una obra novedosa en tanto en cuanto nos muestra las nuevas tendencias que consolidaron en el siglo de oro y reivindica la figura de la mujer dramaturga.
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