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Clara tenía 15 años cuando fue abusada sexualmente por sus vecinos. Amenazada y sin apoyo, guardó silencio. Sus notas descendieron. No acabó la educación secundaria. En el centro educativo no entendían que una alumna de expediente brillante cambiara tan bruscamente su conducta y rendimiento. Alejada del centro educativo, sus vecinos volvieron a abusar de ella intermitentemente durante más de un año. Las amenazas se sucedían con regalos e invitaciones a actividades de ocio. A veces los vecinos traían a algunos amigos y éstos también abusaban de ella. Escapó a otra ciudad antes de cumplir los 18. Allí conoció a una chica que se hizo pasar por su amiga. Juntas salían de fiesta, la supuesta amiga le compraba ropa, la invitaba a comer a restaurantes caros y la acogió en su casa. Una noche, Clara, por primera vez, se atrevió a hablar de los abusos cometidos por sus vecinos. La supuesta amiga le contestó que la vida era injusta, que el mundo ya se había quedado con mucho de ella, que no debía dejar que nunca nadie más le quitara lo que era suyo; pero que ahora todo sería diferente porque ahora al menos recibiría algo a cambio, dinero. Mediante engaños y manipulaciones, Clara fue explotada sexualmente por esta mujer proxeneta durante siete años. En ese tiempo, Clara no se identificó como víctima, tampoco su entorno.

Este relato es una mezcla de diferentes trayectorias de vida de mujeres víctimas de trata con fines de explotación sexual que han participado en los proyectos investigación I+D TRATA (2013-2015) y END-TRAFFICKING (2015-2017) dirigidos por la profesora Lidia Puigvert. Como se ha comentado en otros artículos previos publicados en Diario Feminista, la violencia, coacción y engaño ejercidos contra la mayoría de las mujeres que están explotadas sexualmente, dificulta que muchas de estas víctimas sean identificadas, y que sus voces sean escuchadas. Sin embargo, determinados medios de comunicación y redes sociales han centrado el debate estos días en torno a los supuestos beneficios que supondría la creación de un “sindicato de trabajadoras sexuales”.   

Muchas mujeres y hombres feministas nos hemos alarmado ante este intento de legitimar socialmente el proxenetismo y la violencia hacia las mujeres y las niñas más vulnerables. Como en otros momentos históricos, este discurso patriarcal está siendo respondido por los argumentos valientes de muchas feministas.

La historia de Clara es una de tantas que parte de la opinión pública no consideraría como un caso de trata de seres humanos con fines de explotación sexual. Sin embargo, gracias a las investigaciones científicas podemos hacer visibles estas realidades, aportando argumentos basados en evidencias frente a opiniones que pretenden imponerse como verdades. Las políticas públicas deben basarse en estas investigaciones, pues de lo contrario las consecuencias pueden suponer, en lugar de avance y progreso, que perpetuemos desigualdades estructurales y que se ocasione mayor sufrimiento a las víctimas, como ha ocurrido en otros países (Jeffreys, 2010; Réchard, 2005).

Una de las evidencias que contribuye a esclarecer el presente debate la recogemos del proyecto I+D END-TRAFFICKING.  La investigación analiza, entre otros elementos y factores, que la normalización social de la prostitución dificulta la superación de la trata de seres humanos con fines de explotación sexual y que legitimarla puede inhibir la respuesta solidaria de la ciudadanía. Así mismo, encubrir las consecuencias de la trata y la prostitución, y presentarla como una actividad más, puede reducir la percepción de riesgo de las víctimas potenciales, acercándolas a la trata (Puigvert, 2015-2017).

En este Diario no nos alejaremos de nuestro compromiso con la libertad, la ciencia y el feminismo. No seamos cómplices del discurso que quieren imponer proxenetas y clientes prostituidores. Es fundamental para no dejar a un lado historias como las de Clara.  

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