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Sucede que, donde debería hallarse amparo se hallan abuso y violación. Un episodio flagrante es el recientemente descubierto en Nigeria. Mujeres y niñas rescatadas de las garras del grupo terrorista Boko Haram caen en el infierno de la soldadesca en los campos de refugiados nigerianos. Lo asevera un informe de Amnistía Internacional que denuncia las agresiones sexuales a que son sometidas, precisamente por parte de militares encargados de custodiar los asentamientos. En medio del abandono y la hambruna, la consigna es: “Si tú y tus hijos queréis comer, pues te violo”. Así de llano e impune, porque aún está por ver que se persiga y castigue a los agresores.

En estos momentos está ocurriendo en Nigeria, pero siempre, siempre la vulnerabilidad de las mujeres en el éxodo, en los desplazamientos, en el refugio se halla presente como una lacra ancestral. Cuando la ONU cifra en más de 65 millones los desplazados planetarios, debemos tener en cuenta que al menos la mitad son mujeres y niñas. Una colectividad que, además de sufrir las adversidades comunes a ambos sexos, está expuesta al peligro de ser agredida sexualmente por el camino, a la llegada, en las instalaciones de acogida. Por parte de los traficantes de personas, de los policías, de otros refugiados. Una profunda repugnancia universal ha de invadirnos.

Volviendo a la actualidad en Nigeria, ¿quién la gobierna, quienes son los directamente responsables en los estados del norte, donde Boko Haram tiene el área de cultivo? En esta zona, el tradicionalismo religioso domina. Para el conjunto del país, Muhammadu Buhari es el presidente desde 2015, por elección, pero ya lo fue de 1983 a 1985 mediante un golpe de estado militar.  Castrense y golpista, ¿cabe esperar alguna empatía hacia las mujeres, un asomo de respeto, alguna acción contundente en contra de los militares violadores?

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