Este artículo ha sido posible gracias a los testimonios de dos de las supervivientes del caso de acoso que se expone, así como a las aportaciones de un catedrático que les dio apoyo y a un compañero de clase que nos ha contado el caso a través de su vivencia.

Las dos alumnas que han querido compartir su experiencia explican a DF que el curso 2012-2013 empezaban un máster en la Universidad de Barcelona. En el máster, según nos cuentan, desde en la primera sesión de presentación notaron cierta tensión en la sala. Era una sesión en la que se presentaba todo el profesorado. Según sus palabras, “allí pasaba algo raro, vimos relaciones raras entre el profesorado, uno de los catedráticos acompañado por un chico que no nos quitó el ojo de encima durante toda la sesión. Salimos con una sensación muy agridulce”.

Pasaban los días y las actitudes del alumno hacia ellas cada vez eran más intimidatorias. “Nos miraba intensamente durante toda la tarde, aparecía casualmente en el baño cuando entrábamos y salíamos, en la biblioteca, hasta en el metro, en clase colocaba un cuchillo de grandes dimensiones sobre la mesa y dibujaba ostensiblemente chicas desnudas”. La primera reacción de las tres chicas que sufrieron el acoso fue el silencio, y la responsabilización por lo que estaba pasando: “Empezamos a pensar cada una que algo estábamos analizando mal, que era algo nuestro o que veíamos cosas fuera de lugar, aun así sentíamos que cada vez teníamos más miedo”.

Una de ellas nos cuenta que “la ilusión con la que empecé el máster parecía esfumarse, a la vez que mi nerviosismo iba creciendo, así como mi malestar. Recuerdo el 31 de octubre del 2012, porque me encontraba muy mal, incluso la profesora me vio y me convenció que me fuera a casa, me tuvieron que venir a buscar a la universidad, no me aguantaba de pie, no podía coger el metro. Hacía un mes que convivíamos con él en clase, pero yo ya no podía más”.

Un catedrático dijo en clase que si alguna estudiante era intimidada o acosada podía pedir apoyo a una profesora que era miembro de la comisión de igualdad de la Facultad que siempre había apoyado a las víctimas. Las víctimas fueron a ese catedrático y luego a esa profesora logrando así una valiosa ayuda. Las supervivientes empezaron a hablar entre ellas. Eso las unió y empoderó, cosa que sin esa solidaridad, según afirman, habría sido imposible.

Empezaron las reuniones con la responsable de la comisión de igualdad de la facultad, quien tal como lo cuenta una de ellas, “siempre nos pedía silencio, tanto ella como la coordinadora del máster nos decían que estábamos demasiado nerviosas y que eso no ayudaba, que no había para tanto y que si nos relajábamos veríamos que no había peligro. Curioso que nos dijera eso mientras que cuando la responsable de la comisión de igualdad tuvo que reunirse con el acosador, se hizo acompañar dentro del despacho de otro profesor mientras que al otro lado de la puerta estaba el personal de seguridad. ¡Qué morro! ¡Mientras nos hacían pensar que éramos unas exageradas!”.

El numeroso profesorado del máster (excepto tres docentes) y el alumnado (a excepción de un compañero con el que hemos podido hablar) no se posicionaron o se posicionaron con el acosador. Según lo cuenta el compañero, “perseguía a alumnas por los pasillos, hacía dibujos obscenos en clase y utilizaba un tono de voz agresivo en todas las intervenciones. Veía al grupo incómodo con él, incluso llegué a pensar que no actuaban por miedo, aunque había gente que desde el principio justificaba su actitud con argumentos como la necesidad de integrar a esta persona.”

Todo esto pasaba mientras el profesorado seguía el ritmo habitual de sus clases, haciendo como si no pasara nada, tal como nos lo cuenta el compañero de clase: “Para mí todo cambió cuando algunos profesores nos esperaban a la salida del aula para justificar su actitud, entonces vi que no era miedo ni lástima. Por desgracia, me acabó de quedar claro cuando se inició una campaña de sabotaje académico y psicológico a las compañeras que denunciaron los hechos, bajo el beneplácito del grupo (que no la indiferencia). Lo hicieron porque denunciaron los hechos y, sí, también porqué eran mujeres. En aquel momento yo estaba muy unido a ellas, quedábamos fuera del aula, íbamos juntos por la facultad y a mí no me hicieron absolutamente nada.  (…) Pero sí que incluso en una ocasión una profesora me instó a sabotear una exposición de clase de una de ellas.”

Los ataques por parte del resto de la clase hacia las chicas, y por parte de los profesores, se unieron a los ataques hacia los profesores que se habían posicionado solidariamente con ellas. Como explica uno de los profesores que les dio apoyo, “La responsable del máster, en lugar de felicitarme por mi apoyo a las víctimas, me dijo que había sido desleal con la Facultad. La Decana aumentó todavía más la agresividad contra mí y que ya tenía desde que había denunciado al catedrático más acosador de nuestras universidades, al cual ella protegía y seguiría posteriormente protegiendo mientras atacaba a sus víctimas”.

Según las chicas, todo el proceso de denuncia de aquella situación invivible fue acompañada para ellas de una gran variedad de incoherencias: “Era alucinante, porque teníamos profesoras que hablaban de feminismo y de movimientos sociales en clase, se hacían pasar por progres y amigas del alumnado, igual que la comisión de igualdad o la decana de la facultad que tampoco hizo nada para ayudarnos. Reconocidas progres en Barcelona y en la uni y resulta que eran esas las que peor nos trataron a nosotras y a las personas que se posicionaron con nosotras. Así fue como se les cayó y se les está cayendo la máscara que hacía años les estaba funcionando para no afrontar los casos de violencia”.

A pesar de las represalias, las dos chicas, con la colaboración de las personas solidarias, emprendieron una lucha para conseguir que la universidad las protegiera del acoso. Así fue como empezaron a organizarse y a reunirse con la Red Solidaria de Víctimas de Violencia de Género en la Universidad. Esa solidaridad colectiva fue clave para que ellas denunciaran el caso de forma interna a través de la universidad. Finalmente, el juicio se resolvió favorablemente, con la expulsión del alumno del máster y con la prohibición de que volviera a la facultad.

Para ellas fueron meses de horror, no solo por lo que recibían por parte del alumno, sino por las reacciones del entorno. A la vez, exponen que en su inició se encontraron con un camino lleno de incomprensiones, donde se palpaba la hipocresía y el entramado que envolvía el caso: “Cuando teníamos que entrar en el máster, hicimos una reunión con la coordinadora, así como una entrevista, se ve que todos los del máster la hicimos. Al cabo de unos meses supimos que ese alumno ya había acosado a una alumna durante la carrera y había tenido un juicio por aquello y en la uni todos lo sabían. Aquello fue total, a nosotras nos hacen una entrevista y todo… y a él, aun sabiendo que era un acosador, lo dejaron matricularse, arriesgando nuestras vidas y nuestras carreras profesionales. ¡Vergonzoso!”

Después de mucha lucha y de muchos apoyos externos a la universidad, las supervivientes lograron ganar el caso gracias en parte a una catedrática de derecho que emitió un informe muy claro. No obstante, las supervivientes consideran escandaloso que la única profesora de la comisión de igualdad que las había apoyado fuera excluida de la misma quedando en ella quienes no las había apoyado. Fuentes de universidades españolas que ha logrado contactar DF nos indican que esa es una práctica frecuente: excluir de las comisiones de igualdad a las profesoras o profesores que apoyan a las víctimas de acosadores vinculados a los grupos de poder.

El mensaje de las chicas hoy es de mucha esperanza, ya que no solo consiguieron superar el caso de acoso y superar las barreras que la institución y gran parte del entorno les pusieron, sino que después de ello quisieron organizarse para poder solidarizarse con todas las personas que sufren acoso en la universidad. Dicen las supervivientes que es el primer caso del que tienen noticia en nuestras universidades que se gana explícitamente por acoso sexual, al que felizmente ahora se están añadiendo otros. Como afirma una de ellas, “la clave está en las redes de apoyo y solidaridad. Todo aquello que la institución no va a hacer para nosotras, tenemos que hacerlo nosotras, siempre. Pensando en las chicas más vulnerables, las que entran en primero de grado ahora y que van perdidas en un monstruo como la UB. Tenemos que estar allí, denunciando y apoyando para que ninguna chica sufra acoso y nadie en toda la universidad sufra represalias por posicionarse y solidarizarse al lado de las víctimas de acoso”.

* Este artículo forma parte de Omertá en la Universidad, una serie de publicaciones que abordan la férrea ley del silencio que se ha generado en algunas universidades entorno al acoso sexual. 

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