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El pasado 10 de mayo la Via Laietana de Barcelona se llenaba de estudiantes universitarias y de secundaria al son de “visca, visca, visca, la lluita feminista”. Eran muchas, muy jóvenes y muy diversas. Escenas similares se repetían en otras muchas ciudades.

Hace no muchos años, cuando en las clases universitarias se hablaba de feminismo, las estudiantes lo percibían como algo ajeno. Un movimiento muy importante del siglo pasado al que estaban agradecidas pero con el que se sentían poco identificadas. En 2006 leí mi Tesis Doctoral centrada en la implicación de las mujeres jóvenes en el movimiento feminista. Del análisis realizado concluíamos que el impacto del movimiento en el nuevo siglo pasaba por su capacidad de articular una creciente pluralidad en torno a objetivos comunes con un énfasis en la transformación social. También apuntábamos que la violencia contra las mujeres sería el tema clave para articular una lucha conjunta en el siglo XXI.

El feminismo protagonizó una de las grandes revoluciones del siglo XX, siendo responsable de logros importantísimos en ámbitos como la participación social y política, la igualdad legal, la incorporación de la mujer a niveles superiores de educación y al mercado laboral, la liberación sexual y reproductiva, etc. Con la llegada de la democracia, parte de este movimiento acabó institucionalizándose y quedando diluido dentro de los partidos políticos. Por otra parte, el auge de un feminismo de la diferencia, vinculado al posmodernismo y que frecuentemente se perdía en eternos debates terminológicos, llevó a la despolitización y desactivación del movimiento. La tercera ola llevó al extremo el énfasis en la diferencia y en la individualización, promulgando lo que llamaban “DIY Feminism”, es decir, que el feminismo era lo que cada una quisiera hacer de él y que había tantos feminismos como mujeres. Estas corrientes imposibilitaban la articulación de objetivos comunes y minaban la voluntad de transformación social, alejando del feminismo tanto a muchas de aquellas primeras feministas como a jóvenes que pudiesen tomar el relevo.

Las manifestaciones del 8M de este año evidenciaban que algo estaba cambiando y que el feminismo resurgía como un movimiento aglutinador y atractivo para mujeres de todas las edades. Frente al individualismo de años anteriores, se reivindican conceptos como justicia, sororidad, igualdad, libertad… Son muchos los motivos que han llevado a este resurgimiento, entre los cuales destacaremos (1) la superación de las posturas postmodernas que se habían ido extendiendo a partir de los años 80, (2) la orientación hacia la transformación social y (3) la violencia sexual como eje principal.

Cuando cursaba el doctorado, una de mis compañeras hacía su tesina sobre abusos sexuales en la infancia. Su argumentación era que “sólo” un porcentaje de los que habían padecido abusos sexuales se sentían traumatizados o consideraban que los abusos les habían generado problemas significativos. De ello derivaba que la sexualidad entre adultos y niños o niñas sólo estaba prohibida por prejuicios sociales puritanos y que debíamos normalizarla y despenalizarla. Resultaba increíble que en los múltiples seminarios que realizábamos para explicar nuestro trabajo nunca nadie le cuestionó las consecuencias de lo que estaba defendiendo, ni que el hecho de que un porcentaje de niños y niñas, por pequeño que fuese, tuviese un trauma por satisfacer los deseos sexuales de personas adultas era motivo suficiente para rebatir su argumentación. Por aquella misma época triunfaba “Hable con Ella” de Pedro Almodóvar (estrenada en 2002), que presentaba como una gran historia de amor el caso de un enfermero que viola a una paciente en coma profundo (supongo que según nuestro Código Penal no sería violación, la víctima no se resistió ni el agresor precisó violencia). Tuve múltiples conversaciones en las que no pocas personas defendían que se trataba de un hombre enamorado y que la quería. Veían un bonito romance en lo que yo sólo lograba ver una violación. Hoy en día probablemente muchas de esas personas se avergonzarían si recordasen sus propios argumentos.

Eran años de relativismo, en que se llevaba mucho defender que no existía lo bueno y lo malo y atacar los principios éticos, el idealismo o los propósitos de emancipación social. Estas posturas profundamente reaccionarias dañaron los movimientos sociales, entre ellos, el feminismo. Si todo daba igual, no podían perseguirse ideales ni articular luchas conjuntas. La superación de estas corrientes postmodernas, que cuestionaban cualquier pretensión de validez, ha sido uno de los factores clave que ha permitido el resurgimiento de muchos movimientos sociales. Nuestro trabajo con mujeres jóvenes mostraba que el éxito del feminismo pasaba por reprender su inicial orientación política, superando la individualización, reconociendo la interseccionalidad y la pluralidad que se había olvidado en el pasado pero sabiendo encontrar al mismo tiempo objetivos comunes. Asimismo, aparecía como relevante la superación de dinámicas basadas en eternizar debates que acababan por disipar los verdaderos objetivos de mejorar las vidas de las mujeres, especialmente de las más vulnerables. La lucha contra la violencia sexual ha conseguido aglutinar tantísimas mujeres porque el feminismo ha recuperado su voluntad de influir en la esfera pública, de discutir lo que es aceptable y lo que no, dejando claro que no todo es relativo, que una violación está mal y que hay que luchar contra ella. Esperemos haber aprendido de las dinámicas del pasado y que toda la energía que el movimiento ha tomado los últimos tiempos no se pierda en discusiones estériles ni en intentos de monopolización de unas cuantas.

Un movimiento social sólo puede aglutinar cuando es ilusionante, y eso sólo es posible cuando se orienta al cambio social. El feminismo ha encontrado esa lucha colectiva en algo tan personal como la sexualidad, retomando el famoso lema “lo personal es político”. Así, ha logrado a su vez interpelar a mujeres de orígenes sociales diversos, dando respuesta a sus problemáticas reales. Las mujeres, quienes nos hemos socializado en el miedo a la violencia sexual, incluso en la normalización de muchas conductas que nos lastimaban pero que considerábamos que era algo con lo que teníamos que convivir, hemos dicho basta. El #cuentalo da buena cuenta del grado de violencia sexual con el que las mujeres hemos convivido desde antes de ser adultas y del nivel de hartazgo al que se ha llegado.  

Nuestras madres hicieron la primera revolución sexual, combatiendo un puritanismo que restringía la sexualidad de las mujeres y reclamando que pudiesen tener relaciones sin ser juzgadas por ello. Hoy asistimos a una segunda revolución, al poner de manifiesto que nuestra libertad sexual se ve tan amenazada por quienes pretenden restringirla como por quienes nos presionan para tener contacto sexual cuando no lo deseamos. Algunos identificaron la liberación sexual de la mujer con tener múltiples relaciones y parejas sexuales. A veces las presiones venían de la mano de hombres “progresistas”, compañeros del activismo que vieron en la liberación sexual la ocasión para presionar a las mujeres y no dudaban en acusarlas de reprimidas si no querían sexo con ellos. Pero la verdadera libertad sexual no es tener más o menos relaciones, sino tener justamente las que cada cual desee, ni una más, ni una menos.

Y frente a todo este movimiento se percibe el nerviosismo de muchos hombres en ámbitos de lo más diverso. Porque hay agresores sexuales en todas partes: partidos de derechas y de izquierdas, sindicatos, abogacía, intelectualidad universitaria… Porque aquellos que estaban acostumbrados a campar a sus anchas en un escenario que toleraba la agresión sexual, que la consideraba casi parte de la vida, que no dudaba en dar reconocimiento a un director de cine condenado por violar a una menor o a un actor que admitía públicamente haber participado en una violación grupal, ven cómo, de repente, deben afrontar costes por unas acciones que hasta el momento no les habían pasado factura. Lo que ha cambiado es el nivel de tolerancia social, actrices que con la misma información hace poco trabajaban con ellos sin problema alguno, de pronto se niegan a hacerlo; empresas que los financiaban empiezan a rescindir contratos por miedo al coste social, etc.

La reacción social que ha generado la sentencia de La Manada sólo puede explicarse teniendo en cuenta el clima social que se había generado los últimos meses. Sentencias de este tipo las ha habido siempre, sin embargo, este caso ha actuado como detonante y ha generado una movilización sin precedentes gracias al clima social previo que había puesto el foco en la violencia sexual. De este modo, el feminismo ha conseguido aglutinar a mujeres diversas que, enfatizando la idea de sororidad, están demandando ser protagonistas de su sexualidad, sin coacciones de ningún tipo, y están haciendo la revolución del siglo XXI, la de una nueva liberación sexual.

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