En Estados Unidos continúa vigente la cultura del Far West, la que tantas películas de Hollywood ha nutrido. Historias de hombres armados y disputas a tiro limpio hasta que un sheriff valiente viene a poner orden, detiene a los cuatreros y se casa con la chica. Tener armas no estaba prohibido, y tampoco lo está actualmente, solo que ahora son aún más mortíferas, y solo que en lugar de un sheriff pacificador es la Asociación Nacional de Rifle (NRA) la que llega y manda.
“Peccata minuta” las muertes violentas causadas por los bandidos de los westerns, sumando las de todos los filmes habidos y por haber en comparación con las acaecidas realmente, y mucho más con las acaecidas desde 1999 hasta hoy mismo.
Revisando únicamente las masacres en centros escolares, comprobamos que desde la perpetrada en la escuela secundaria de Columbine son 34 el número de ataques, con el resultado de 210 muertos y 199 heridos. Una hecatombe de víctimas que no habría sido posible con el simple uso de las pistolas propias del salvaje oeste. Los salvajes de los Estados Unidos contemporáneo disponen de fusiles que compran sin problemas, que guardan en sus casas y que se hallan al alcance de cualquier persona, hijos menores de edad incluidos.
¿Por qué es eso posible? Porque la NRA, fundada en 1871, continúa siendo una de las empresas más potentes del país, un poderoso lobby, un negocio inmenso que el propio presidente Donald Trump considera más respetable que las vidas humanas. Frente a este escenario se estrellan todas las demandas sobre un mayor control de armas.
Existe, por lo demás, un factor cultural que no ayuda a que la sensatez triunfe por encima del afán de lucro. Se trata de la tradicional afición de los estadounidenses a las armas, de la adhesión al concepto de defensa propia como un derecho, de la herencia de sus tatarabuelos en forma de, quien saca antes la pistola es el que tiene más valor. Un dato puede confirmarlo: el 47% de los hogares cuentan con al menos un arma de fuego.
La esperanza reside en la recientemente surgida protesta estudiantil que exige el control de armas. Son jóvenes, algunos adolescentes, savia nueva capaz de limpiar de sus mentes costumbres ancestrales y con suficiente vigor para debilitar la fuerza de la NRA. A fin de cuentas, son los movimientos sociales los que, históricamente, dan un vuelco a poderes establecidos nefastos.
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