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Malala Yousafzai, la Premio Nobel de la Paz más joven de la historia, ha regresado esta semana en Pakistán de donde tuvo que huir desde que le dispararon en la cabeza en 2012 cuando tenía 15 años, por defender la educación de las niñas frente a los talibanes.

Según The Guardian, su regreso al país se ha visto marcado por una clara división de posturas. Por una parte el primer ministro paquistaní, Shahid Khaqan Abbasi, se reunió con ella y acogió en su oficina un evento con parlamentarios, políticos y diplomáticos en el que homenajearon a la activista. Las redes sociales también se han llenado de mensajes de admiración y solidaridad con Malala.

Mientras, por el contrario, según EFE, la principal federación de colegios privados de Pakistán, con 200.000 escuelas afiliadas, realizó el pasado viernes una protesta bajo el lema “Yo no soy Malala”, en la que se acusó de “terrorismo ideológico” a la Premio Nobel de la Paz.  Esta misma federación ya prohibió la lectura en sus centros del libro de la activista “Yo soy Malala” y publicó otro en el que la atacaba con el título “Yo no soy Malala”.

En las redes sociales ha sido atacada sin compasión por personas como Mirza Aslam Beg, ex general que comandó el Ejército paquistaní entre 1988 y 1991, que en su cuenta de Twitter pidió su deportación, entre muchas otras reacciones contrarias que no solo la han difamado a  ella y a su familia, sino que han generado más división y rechazo.

El retorno de Malala al país ha significado un hecho histórico ya que, a pesar de los ataques, el reconocimiento que ha recibido por parte de la población civil y las instituciones ha contribuido a visibilizar a nivel internacional la importancia de la lucha para la escolarización de las niñas.

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