En el debate de hoy, un tema de actualidad a raíz de los recientes altercados producidos en torno a partidos de fútbol. Luisa María Puertas defiende que no se debe prohibir el fútbol en todo caso es necesaria la intervención educativa para transformarlo. Josebe Iturrioz plantea que para que se produzcan cambios es necesario prohibirlo en las escuelas.
Luisa Maria Puertas
¿Fútbol fuera de los centros escolares? Sencillamente, no
Quizá suena muy rotundo, pero no me gustaría que los chicos y chicas, niñas y niños tuvieran que renunciar a esos momentos tan divertidos y bonitos que viví en mi infancia y adolescencia, junto a compañeras y compañeros de escuela e instituto. Es cierto que no practicábamos en exclusiva fútbol, que nos gustaban también otros deportes y predeportes, pero el fútbol nos daba mucho juego.
Cuando hablamos de fútbol y escolares estamos metiendo en la misma categoría los partidillos de las horas de los recreos, los que a veces se hacen en algunas clases de Educación Física para trabajar normas, los que el alumnado juega en liguillas junto a otros centros escolares en deporte escolar; y hasta los que algunos chicos y chicas, seleccionados por ciertos clubs más o menos famosos y escuelas de fútbol, juegan. Todos tienen ciertos aspectos en común, el más importante: chicos y chicas relacionándose, pero también presentan variables diferentes que habría que tener en cuenta. Hoy nos centraremos sólo en la primera modalidad: fútbol en los patios escolares.
En los centros en los que no se hace una intervención educativa sistemática y global, en los recreos, suele haber quejas porque los chicos más mayores ocupan la mayoría de los espacios libres para jugar al fútbol y tanto los más pequeños como la mayoría de las chicas tienen que ocupar los márgenes. ¿De qué estamos hablando? Es fácil decir que de machismo, porque la mayoría que juega al fútbol es masculina, pero creo que el problema tiene que ver con la falta de reparto de espacios y tiempos (justicia) y la falta de intervención por parte del centro. El patio es un espacio educativo y como tal hay que planificarlo. Hay que enseñar al alumnado a jugar a otras cosas, aumentar la oferta para que las chicas y chicos tengan dónde elegir, habilitar otros espacios para que puedan charlar, oír música, pasear etc. Pero siempre mirando qué está pasando en cualquier contexto, en cualquier juego; observando si hay respeto; comprobando si hay relaciones de poder, si hay abuso, si hay maltrato etc. y planificar tanto la prevención como las respuestas.
Cuando nos empeñamos en sacar el fútbol fuera del contexto escolar, parte del alumnado no lo entiende y lo vive como un castigo; pero lo peor: lo estamos haciendo más deseable, más atractivo.
Si sacamos el fútbol fuera del contexto escolar, lo que estamos haciendo es perder la oportunidad, mientras se divierten, de trabajar con el alumnado y reforzar un modelo de relaciones basadas en el respeto, en la colaboración, en la diversión, en la igualdad, en la amistad etc. Es perder la oportunidad de que el alumnado aprenda a rechazar comportamientos machistas, xenófobos, racistas de algunos jugadores y aficiones, a repudiar a ciertos grupos que se llaman hinchas que, con sus actitudes, justifican que una ciudad se tome policialmente para asegurar la seguridad… En definitiva, se pierde la oportunidad de interiorizar que todo eso NO ES FÚTBOL
Josebe Iturrioz
Fútbol, masculinidad hegemónica y colegios
Teóricamente, el fútbol es un deporte como otro cualquiera, pero en la práctica nuestras sociedades lo usan como un productor de masculinidad hegemónica. Se trata de un deporte que segrega los géneros, además de inscribir en los cuerpos pautas que marcan cómo debe ser la masculinidad hegemónica. Estamos acostumbradas a ver cómo el fútbol masculino copa los apartados deportivos en los periódicos, así mismo comprobamos cómo toma cada vez más espacio en los telediarios y se muestra sin ningún problema la exclusión que hace de las mujeres. Los futbolistas sustituyen a los héroes clásicos y se convierten en referencias para los más jóvenes.
Así mismo, si observamos en los colegios, sobre todo a la hora del recreo, veremos cómo se segregan los sexos en torno al espacio de juego. Los niños toman casi todo el patio mientras las chicas se quedan en los huecos, las esquinas del patio. El colegio reproduce de forma clara lo que ocurre en nuestra sociedad. Es común escuchar a personas expertas en dicho deporte decir que el fútbol femenino no tienen la misma calidad que el masculino, y que por ello tiene menos atención. Lo peor de todo es que el fútbol sigue siendo uno de los argumentos para marcar la diferencia sexual y otorgar a los cuerpos diagnosticados como varones al nacer, una superioridad corporal que es del todo falsa.
Cada vez que le regalamos a un niño un balón, en realidad lo que le damos es mucho más que una pelota, le damos poder, la posibilidad de ocupar el espacio, un espacio que las niñas no pueden ocupar de la misma forma. Tratamos de educar en igualdad en los colegios, pero cuando salen al recreo permitimos que el deporte rey discrimine a las niñas, y haga creer a los niños que son superiores físicamente. En algunos colegios ya han decidido prohibir el fútbol y fomentar otras actividades, deportes que no discriminen y que no hagan creer a la mitad de la población que es más débil. Ese es uno de los objetivos más importantes de los colegios: evitar las discriminaciones provengan de donde provengan.
En realidad, eliminar el fútbol de los colegios debiera servir para concienciar a la sociedad y producir cambios reales en el fútbol, es decir, eliminar la segregación de los géneros. En la actualidad, dividir el deporte con relación al género es del todo arcaico e impulsarlo desde los colegios raya la ilegalidad. Todos los deportes empoderan y fortalecen el cuerpo. Históricamente las mujeres hemos sido expropiadas del derecho a ser fuertes, y una forma de hacerlo es dejar que participemos de forma igualitaria en todos los deportes. El fútbol debe ser un deporte para empoderar a niños y niñas por igual. Si no es así, es evidente que es necesario transformarlo.
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