En el debate de hoy Irantzu Varela plantea que para avanzar hacia el fin de las desigualdades hay que romper con la construcción binaria del género, mientras que Raquel Aguilar cuestiona el propio concepto de deconstrucción.

Irantzu Varela




Del género se sale

El género es una construcción cultural. Eso lo admite cualquiera que asuma que vive en el siglo XXI. Asignar determinados valores, gustos, actitudes y aptitudes a una persona, en función de su sexo biológico, sólo genera visiones estereotipadas, represiones, imposiciones y desigualdad.

Los niños pueden llorar y las niñas pueden jugar al fútbol.

¿Y por qué seguimos viviendo en una sociedad que construye sus discursos, estructuras, ritos y procesos cotidianos en torno a la idea de que las personas se clasifican en dos sexos y sus características son universalizables y fácilmente detectables?

Ropa de niño y de niña, baños de mujeres y de hombres, deporte segregado por sexo, nombres restringidos por la mitad, casillas en las que identificarse como H o M, trabajos para unas y para otros…

Una sociedad que pretende avanzar hacia el fin de las desigualdades, tiene que plantearse que la forma en que clasifica a las personas en dos categorías, hombre y mujer, ni es inofensiva ni está justificada.

Las características que supuestamente nos diferencian se han ido difuminando a medida que se cuestionaba la construcción sociocultural del género, pero los argumentos en torno a la genitalidad o los cromosomas, aparentemente científicos, se ponen en cuestión con la asunción de la transexualidad y se desmontan políticamente con las teorías queer, que presentan el binarismo como un sistema de organización social que busca perpetuar las diferentes formas de dominación, con el truco de “naturalizar” las diferencias y disfrazar las opresiones de “normalidad”.

Lo tienen muy claro dos personas filósofas, activistas transfeministas y que desafían en primera persona el binarismo: Josebe Iturrioz considera que “el orden heteropatriarcal necesita que haya cuerpos identificables como mujeres y como hombres”. Y Paul B. Preciado cree que “el género mismo es la violencia, que las normas de masculinidad y feminidad tal y como las conocemos producen violencia”.

Algún día, el binarismo sexual, que asume la existencia de dos sexos indiscutibles y reconocibles, y las desigualdades justificadas por él, nos parecerán tan ilegítimos como la esclavitud, que naturalizó la explotación más extrema de personas por razones étnicas, geográficas o económicas.

Raquel Aguilar



La libertad implica transformación, no de-construcción

La base de mi feminismo está en las muchísimas mujeres que han trabajado y luchado por la libertad y la igualdad; por supuesto, intelectuales como Safo o Butler, pero también por otras que han sido o son trabajadoras de la limpieza o del metal. No tomo como base de mi feminismo autores nazis como el que creó la palabra deconstrucción (De Man) o el también nazi Heidegger en cuya obra se basó ese concepto ni tampoco en el también hombre que la popularizó (Derrida). El feminismo siempre ha luchado por la libertad, incluyendo la libertad superadora del binarismo mujer-hombre. Ya Safo lo hizo hace milenios, ¿por qué atribuir esa libertad a conceptos creados por hombres ni más ni menos que nazis?

Como puede leerse en las obras de Derrida, deconstrucción es el concepto destrucción de Heidegger. Quienes afirman que deconstruir significa destruir para luego construir algo mejor no saben lo que dicen y citan autores sin leerlos. Deconstruir es destruir y la misma idea de construir algo mejor o de la existencia de algo mejor es contraria a la deconstrucción. La defensa de la libertad frente al bina-rismo es radicalmente antideconstruccionista y antinazi. Asumir la perspectiva deconstruccionista (sabiendo lo que es) suipone negar o relativizar la violencia de género o la privación de derechos a ciertos grupos humanos, ocultando contextos y estructuras injustas, no igualitarias, que desprotegen a las y los más vulnerables, así como sistemas que fomentan el odio hacia las diferencias y justifican la violencia. Automáticamente, se anularían las conquistas sociales por las que tantas feministas dieron su vida. Centrar los esfuerzos en destruir una realidad de libertad construida a lo largo de la historia con la que muchas personas sí se sienten identificadas de diversas formas, no garantizará más libertad, sino todo lo contrario.

Por el contrario, no hay que destruir sino construir con diálogo que cada persona pueda expresar su identidad de género más allá de todo binarismo y en base a los referentes que elija con total libertad, y enriquecer con nuevas y diversas visiones de la sociedad, la realidad presente.

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