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Cynthia Petigh //Flickr

Una mujer, Cynthia Petrigh, lleva siete años dando clases a soldados para que aprendan a respetar los derechos humanos. Puede leerse en La Vanguardia del jueves 8 de marzo, página 12. Ella es francesa y se esfuerza en hacer entender a sus discípulos que en la guerra no todo está permitido más allá de matar. Enseña en países como Mali o República Centroafricana, y su objetivo es inculcar en los militares el convencimiento de que no deben practicar violencias innecesarias y, en especial, no deben cometer abusos sexuales. Sabido es que, mujeres y niñas son doblemente víctimas en cualquier conflicto bélico, por lo cual, se trata de introducir la compasión (ahora se opta por decir empatía), en el cerebro de aquellos hombres armados cuyo corazón es incapaz de sentirla.

La misión de Petrigh se enmarca en programas de la Unión Europea, y habrá que confiar en que sus enseñanzas obtengan éxito. Sobre todo en bien de la población civil y de los combatientes derrotados, pero también en pro de la salud mental y la conciencia de los que reciben las clases.

Entre la metodología de la instructora se encuentran reflexiones como recordarles que cada cual tiene madre, hermanas, hijas. Se trataría de lograr que antes de comportarse como unos desalmados la imagen de ellas se les hiciera presente y pudiera frenarles. ¡Ojalá sea así, pese a que una golondrina no hace verano!… Valga el refrán teniendo en cuenta que los alumnos de Petrigh constituyen una minoría en la profusión de combatientes.

Por lo demás, cabe preguntarse si la intrínseca crueldad de la guerra empuja a todos los hombres a cometer ultrajes en sus diversas formas o tan solo a los que de por sí son mala gente.  Sea cual sea la respuesta, resulta irrefutable que la ponzoña jamás da buenos frutos. Ergo, odiemos y abolamos el veneno.

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