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En la actualidad, gracias a los estudios que cada vez proliferan más para combatir la violencia que se arraiga entre la juventud, tenemos más evidencias que permiten que podamos mejorar día a día y conocer algunos principios que vertebran las mejores prácticas.

Uno de los consensos afianzados es la Ineficacia de los “Programas únicos” o “Programa-paquete” para erradicar la violencia sexual en la convivencia entre los y las más jóvenes. Este tipo de programas se consideran no efectivos y han sido identificados como un ejemplo de lo que no se debe hacer.

La superación de la violencia en la juventud exige estrategias integrales adheridas a las instituciones y lideradas junto con las chicas y los chicos. Esto incluye educar a las chicas y a los chicos, a las y los profesionales y cambiar las políticas y prácticas organizacionales, para construir relaciones seguras libres de violencia. Tomando estos análisis en consideración, la figura de la persona mediadora o responsable de convivencia de una institución es eficaz en la medida en que forma parte y abre estos procesos comunitarios y dialógicos para empoderar a las chicas y los chicos. Un enfoque de toda la comunidad es fundamental, lo que se traduce en que los valores y comportamientos se integren en todos los aspectos de la vida de la comunidad.

Una de las consignas a nivel general sería dejar de aplicar desde las instituciones competentes, programas que no han sido contrastados o, al menos, ofrecer a las chicas y los chicos y sus familias dicha información. Esto dotaría de efectividad a nuestro compromiso con ofrecer a las generaciones jóvenes un futuro libre de violencia.

Los análisis de datos de la concepción que la juventud tiene sobre la violencia, muy especialmente en el caso de la violencia sexual, nos dicen que existen números mitos al respecto que actúan como barreras de cara al posicionamiento activo ante la violencia y su superación por parte de las chicas y los chicos. Ahora bien, lo que entorpece todavía más es que las personas responsables de acompañar la educación de las y los jóvenes, no los identifiquemos y añadamos otros nuevos. Esto, no solo no previene la violencia de género, sino que puede revertir en la misma. Los “mitos” no se superan con más “mitos”, requieren de acercarles a las chicas y los chicos evidencias científicas que puedan integrar en sus relaciones cotidianas.

El consenso internacional en el éxito de modelos y estrategias de intervención que empoderen a las chicas y los chicos ha supuesto la proliferación de manuales, informes e iniciativas que nos pueden ayudar a enriquecer y dotar de herramientas el trabajo diario en la diversidad de espacios juveniles como la universidad, los institutos y otros centros de educación juvenil. Cada vez se impulsan más espacios de empoderamiento juvenil que, a través, por ejemplo, de tertulias pedagógicas dialógicas, talleres de cinefórum y seminarios de participación junto con investigadoras e investigadores en estas temáticas, acercan a las chicas y los chicos, las evidencias de mayor impacto internacional en la erradicación de la violencia.

En todos los casos, coinciden en una perspectiva feminista que aporte las evidencias científicas, que  dinamicen a todas las chicas y chicos en su conjunto a través de procesos de participación democrática y que impulsen modelos de convivencia que se intensifiquen y perduren en el tiempo, es decir, que aseguren y persistan en sus mensajes: por un futuro próximo libre de violencia.

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