“Fue sin querer” o “No quería pegarte, no sabía lo que hacía”. “El/ella empezó antes, yo me defendí”, o “Le pegué porque perdí los nervios” “Dale un beso y no vuelvas a pegarle, tenéis que ser amigos”, o “Dame un beso, no volverá a pasar, yo te quiero” “Ya te ha pedido perdón, no seas rencorosa” o “Ya te he pedido perdón, ¿qué más quieres que haga?”
¿Quiénes pronuncian este tipo de frases? ¿Los niños en el patio del colegio? ¿Las personas adultas cuando intervenimos en conflictos infantiles? ¿Los maltratadores de mujeres?
La literatura científica demuestra qué tipo de intervención adulta contribuye o no a la socialización preventiva de la violencia de género. Cuando nos da pena aislar cuando se agrede porque creemos que tiene problemas o baja autoestima, estamos justificando la violencia. Cuando avisamos varias veces a las niñas y los niños antes de actuar, permitimos la violencia ese número de veces. Cuando damos por sentado que los niños son más brutos que las niñas, cuando explicamos que están explorando el cuerpo y por eso a veces se hacen daño, estamos normalizando lo que deberíamos rechazar.
Cuando escuchamos, creemos y apoyamos a quienes necesitan ayuda, aislamos al agresor del grupo hasta que trate bien a todos y explicamos que es mejor ser amigas de quienes nos tratan bien y no nos obligan a hacer cosas que no queremos; cuando empoderamos a las niñas para que se atrevan a mirar al agresor y decirle “no te permito que me molestes”; cuando utilizamos el lenguaje del deseo para decir al grupo que un niño ha sido valiente (y no chivato) porque se ha atrevido a contarnos que alguien trató mal a su amiga; cuando damos voz a los niños para que decidan si un compañero ha de pertenecer o no al Club de Valientes, entonces estamos abriendo espacios de diálogo y amistad, libres de violencia.
Caemos en contradicciones cuando enseñamos a los mayores estrategias de resolución de conflictos, mientras decimos a los pequeños que tienen que aprender a resolverlos por sí mismos. No se pretende aquí analizar qué conflictos en la primera infancia tienen o no que ver con la violencia de género, ni si están o no reproduciendo conductas que han observado en su entorno. Cuando un niño intenta besar a una niña que se muestra claramente incómoda; cuando un niño exige a una niña que le cuente lo que le decía a su compañera al oído; cuando persiguen y molestan a la misma niña con frecuencia; cuando quien hace esto dice que es porque quiere ser su amigo o su novio; cuando los líderes de cuatro años se reparten las “novias” y ellas les regalan dibujos y besos para que las elijan; cuando uno de ellos “cambia de novia” y la anterior le dice “ya no me dices que soy guapa”; cuando una niña de cinco años viene a decirnos que un niño de su misma edad le ha dicho “vuelve a ser mi novia o te mato”, es vital conocer las evidencias científicas e intervenir en consecuencia.
La Guía para entender a tu hijo del Centro Yale de Estudios Infantiles, el informe de la Universidad de Montreal Prevenir la violencia a través del aprendizaje en la primera infancia, los numerosos artículos sobre el Modelo dialógico de prevención y resolución de conflictos o las Guías para la Comunidad Educativa de prevención y apoyo a las víctimas de violencia escolar publicadas por el MECD son textos científicos que nos ayudan a intervenir para erradicar la violencia de género.
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